Orlando Hernández Martín

De Fantasía para tres

Fragmento del inicio de la obra

La escena, un pequeño gabinete, con despacho, biblioteca, televisión, etc. Pero todo mostrando ese descuido de una casa en la que solo habitan hombres. Los muebles, aunque algo deteriorados, tienen empaque y antigüedad. No hace falta más aclaraciones, puesto que el resto se desprende del diálogo de la obra. El decorado y la ambientación han de estar de acuerdo con ella.

ESCENA PRIMERA

AMADOR.— (Levantándose del sillón de su despacho polvoriento se presenta al público como si no quisiera la cosa). Yo soy Amador, el salvador. Y soy también Amador, el amador.

JOHN.— (Dejando una bandeja sobre la mesa, también como el que no sabe la cosa). Yo soy John, aunque a veces no sea yo.

AMADOR.— Yo soy el señor.

JOHN.— (Independiente el uno del otro). Yo soy el criado.

AMADOR.— (Reparando). Enciende la luz, John.

JOHN.— No hay luz, señor.

AMADOR.— (Sentándose). Puedes darle con la manivela.

JOHN.— Me compraré un altavoz.

AMADOR.— ¿No oyes?

JOHN.— Me compraré un altavoz.

AMADOR.— Enciende la luz.  (Por su mesa). Ábreme el cajón.

JOHN.— Sí, señor. Me compraré un altavoz.

AMADOR.— (Sin altanería). Yo soy el señor.

JOHN.— Yo soy el criado.

AMADOR.— (Pasándole la mano). ¿Qué te pasa?

JOHN.— Que me he dado cuenta de que soy el criado.

AMADOR.— Pues no se nota que yo sea el señor.

JOHN.— Me compraré un altavoz.

SUSPIROS.— (Solterona estrafalaria. La acompaña un vejete calvo que también puede ser solterón aunque no hable. Trae una gran maleta roja que deposita en el suelo con una muestra de alivio muy natural. A una señal de la solterona, desaparece con una ceremoniosa reverencia. Durante esta entrada, todo ha de ser por señas. Don AMADOR y JOHN permanecen mudos, sorprendidos. No habla sin suspirar, por eso le llamamos doña SUSPIROS. A medida que va transcurriendo la obra, se olvidará de ello. Don AMADOR la observa en silencio, se dirige a su mesa y se enfrasca en la lectura de un libro con tapas azules. Tras un silencio que nadie parece querer romper, la solterona rompe el fuego). ¿Vive aquí don Amador?

JOHN.— ¿Pregunta acaso por el señor?

SUSPIROS.— ¿Es que no es el mismo que don Amador?

JOHN.— Yo soy el criado.

SUSPIROS.— Pues tiene el encanto de un lord. Si yo hiciera los Lores les pondría su misma cara, excepto las cejas.

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