Y allá los cohetes, en Sonora, festejando una alegría en la esperanza y acá los continuados chasquidos de mandíbulas y los estallos de caparazones de cangrejos, de patas de centollos que se quiebran entre los dientes y dedos. Se amontonan conchas de lapas, se apalean las vértebras de las morenas. Los peces se retuercen sobre las brasas. Aquí es el dolor que se celebra. Una hurgonada en el misterio para lograr el poder que nos salve de una lógica que siempre se cumple. ¡Que se salve una pierna de anciano por lo menos! Y ya la carne se aproxima, se anuncia. En las sombras suenan mugidos horribles de bestia. Comentan que el toro ha sido pintado de azul, que le han aserrado un asta para hacerlo unicornio, y le colocaron guirnaldas de flores en la testa. Apis o Taurus, o ninguno de los dos. El cielo que tiene ganas de embestir, que anda siempre al desafío, pienso. Pero trae espumarajos en la boca, como el mar, y entra en la luz el toro y nos mira, luciendo en la noche sus ojos de fósforo, su rabia de dios mal parido. Las mujeres gritan con espanto y vuelcan los manjares y corren para ponerse a salvo del cuerno. Nerita permanece absorta en su sitio mirando a Issatus y le pregunta:
–¿Cómo te llamas?
–Isaac.
–Se llama Issatus —digo— y no esperes que tiemble.
Contemplándose ambos con suma atención no se dan cuenta que el toro viene hacia ellos. Horus despliega su capa roja y desvía la bestia a tiempo. Detrás de la capa surge tía Nut con su cuerpo totalmente desnudo, blanquísimo como el mármol, hierática, presidiendo el riesgo. Se aplaude frenéticamente. ¡Valor y pureza! ¡Chist, nadie diga, nadie cuente tonterías mundanas! Este lugar pertenece a N. Wennofer N. Sonora es otra cosa, otra razón para defenderse de la miseria y el pecado.
Tenía que tocarme, como a todos, y fue en la tercera pasada, después de voltear a más de cuatro, pisotear costillas, rasgar brazos y piernas, descalabrar huesos. A mí en un hombro. Un desgarrón sin consecuencias. A otros les fue peor. Les rozó con el cuerno en el triángulo de Scarpa, donde la femoral. Por un momento se mantuvo el dolor en el aire. Luego la bestia huyó de nuevo hacia las sombras y Horus, también ensangrentado, ordenó que fuesen a buscarla, que trajesen muerto el toro.