CONTEMPLACIÓN DE LA CIUDAD DE LOS OBISPOS
Tiene que ser así para contemplarte
que el sol funda los punteros del reloj de los agustinos
y se marque el tiempo con la inversión de los cipreses
y el viento pierda su turbillón en el halda de las monjas
antes, poco antes que la coruja encienda sus ojos en la
torre mayor.
Ha de ser por noviembre en el respiro de los difuntos
para contemplarte
cuando invertimos la solapa del recuerdo
y nos dueles bien
ciudad novia y maestra de la mejor infancia retenida
en los espejos de los charcos
tu malvasía de obispo y fresa la tinta violenta del cielo
imprimiendo en el corazón de la isla
cristal de camelias litúrgicas y canas de latín en la oscura
bóveda del silencio
a cada instante una sílaba de Dios en las campanas que
gotean
religiosas en las manos dócilmente invertidas de los
tejados humildes y las cúpulas catedralicias
en las esquineras del libro de las aceras lloradas por la
lluvia y el aire surcado por las góndolas de los mirlos
palpitas en la luz de los nísperos como en los cirios
misteriosos del aro de tus nupcias
tanto bronce en el agua y los panes
donde allá dentro en las cortinas de brillantes del oxígeno
la púrpura central del fuego más dulce vemos
una llama toda tú ciudad incorrupta
yacente entre las divinas pestañas
en el cañaveral antiguo de espadas y escudos
óxido ahora del agua disecada
mármol persistente de una lágrima de Cristo que fue
laguna.
Ha de ser así para contemplarte siempre
mientras no soñamos y arrodillados
habites nuestra vigilia.