CERNÍCALO
AND clofer y café club de ser en sino para la cuadra de los labios como la rueda del último cañón. Alguna vez los permisos verdosos de las sensitivas. Por más cruentas señas el sitio untuoso de la cala brasero sin necesidad de sus trenzas folías. Toma la candorosa rémora por un sitial de llamas verdinegras o pupilas de santo rogado. ¿Le habían tomado por eso? Subido al techo del palomo rogaba luces de atardecida para innovar el tiempo, cortarle las alas, horas vacías que ni siquiera provocaban escenas cremosas o de entretenimiento.
Animal de veras, Jupercio tenía pretensiones de lucidez, llamear en las alturas con sensación de grito luz, dios.
Soñando volaba soñando con interruptores involuntarios como si de un corazón combustible se tratara. Con vuelo de palomo revoloteaba sobre las islas un día y otro, asustando por risa a las viejas tejedoras las que hilaban la seda de los gusanos o las parejas de novios que merendaban bocadillos de flores adelfas paseando por el litoral.
–¡El diablo te lleve!
–El diablo soy yo.
El diablo en la sopa, el diablo en el aire, en el ojo de la gallina, en el miedo del pájaro, en la prisa del ratón, en las letras metido.
Cupa de thora, se divierte en pensar que es invento y busca volando recto hacia el campanario de la Concepción, cupa de thora que debe ser chispa nueva, objeto impensado y amable para el descanso en la altura.
Dos giros dextrógiros en los ojos y sacar inflada la camisola de plumas de su falso pecho matón. ¡Ajajai! La mano de quien apaga de veras el día y otro que enciende el reloj de la torre anciana.
Mira coruja
Señor?
Ríe, tose y descansa.
Al levantar los párpados se remira las plumas de ríos café y miraguano. Rosa que atravesar de verano día veinticinco de junio con montañas y rastrojos dorados.
Se dice opiestili fando y vuela sobre los dedos de cuentas a llevar como cuqui lagarto cigarrón tempranero. Quieto. Mirada y zambullida cae del cielo tamaña maldición.
¿Dicen eso?
Come, ríe y otra vez pasea el cielo de puro lleno de nada y liviano licor.
Centro de la bujía azul de las doce, extiende su cola en delta máximo goniómetro de espíritu santo blanco por debajo de virtud momentánea. El envés de la rapacería dibujó el deseo de volar en los ojos del niño campesino.
–Un ochavo te debo ¿No me mandas al diablo, criatura?
Recogió la hopalanda del goce al ser santomirado y a silbo y remo de aire enfiló la diana de preguntas sin respuestas del horizonte del horizonte de los cernícalos.