Escribo esto, te lo escribo, lo dejo ahí, y mientras lo voy escribiendo me viene la rabia que a veces tengo, por lo que perdí, por lo que vamos perdiendo; el viento azota la ventana con la violencia de los asesinatos, no tiene el viento ni un minuto de calma, y yo trato de sosegar mi ánimo, acabo de tener un disgusto, se me ha quedado en la comisura de los labios el sabor del disgusto, muchas veces me pediste que te contara esos años y ahora que los recuerdo y que te los pongo por escrito me asaltan recuerdos en los que estás y no estás simultáneamente, pero cuando tengo en la comisura de los labios el sabor de un desastre no estás ni tú ni nadie, como si de pronto la edad que tengo se me hubiera empequeñecido y fuera otra vez el adolescente vulnerable que recurría al alcohol para creerme capaz y fuerte y osado; siento una enorme melancolía, como si esa mano que dice adiós fuera también mi mano diciendo adiós, como si yo estuviera diciendo adiós; veo el mar y lo que dice es eso, adiós, tanto cansancio.
Y ahora que se calma el ruido de las risas del verano, y el mar también se calma y distribuye con las nubes una nueva sensación de bienestar, y tú haces café o luchas entre los periódicos por hallar la fortuna de una buena noticia o de una palabra que no esperabas ahí, y yo lucho por vencer la melancolía y me miro los brazos y los pies y descubro que ya la cicatriz no es nada, y creo que aunque falta tan poco para que se acaben el verano y las risas y la playa y este ventarrón seco que me hace respirar y vivir y beber y mirar, trato de recordarte y no estás, en esas imágenes que van y vienen y me hallan joven y pletórico, un chiquillo, yo estoy en un bar de mi pueblo, hay una chica de labios grandes y dulcísimos, suena en el aire una canción de Engelbert Humperdinck, Libre, la saco a bailar y ella sale, elegante, casi majestuosa, yo llevo una camisa roja, probablemente esa camisa roja que llevaba cuando te conocí, y bailamos como si fuera para siempre.
Ella, en algún momento, besó mis labios, muy suavemente, como si iniciara un mensaje, y seguimos bailando, yo le tarareé algunas canciones, y ella recostó su cabeza en mi hombro, luego abandonó sus manos sobre mi cuerpo y yo bailé como si nos llevaran la melodía y un barco, y su pelo olía aún al salitre y a la arena, y yo paseé por la pista como si hubiera hecho un descubrimiento o como si volara.
Bailamos y bailamos y bailamos, y a veces estuvimos en silencio hasta cuando mi memoria alcanza, y luego, de pronto, lo que devuelve la memoria es una casa, velas, el suelo sucio de una vivienda vacía, ella extendió periódicos por el suelo, en la casa no había nada, ni agua ni luz ni yogures ni plátanos, nada, absolutamente nada en la casa sucia, habían terminado de construirla, llevamos periódicos, ella los extendió, yo abrí una ventana y por allí entraba la luz que ahora recuerdo, la luz de una luna inigualable, nosotros estábamos en silencio, y a veces ella tarareaba, mientras extendía los periódicos en el suelo, aquella canción, Libre, canta ahí pero la veo luego, en otro momento, tomando licor Chartreuse, un líquido verdoso, ella bebe y bebe y yo también bebo y bebo y ya estamos borrachos, y ella entonces lleva pecas en las manos, yo la recuerdo así, ésa fue la última vez que nos vimos, pero en aquel momento estamos en la casa vacía y sucia, no bebemos sino que tarareamos una canción y otra, ella tararea Je t’aime, porque era por aquellos tiempos, recuerdo que mientras viajamos ella ha ido tocando mis dedos como si los contara, íbamos en el coche, ella lleva un perfume que se me queda en los dedos y es luego el perfume con el que bailamos y es el perfume con el que ahora extiende los periódicos, está haciendo la primera cama de nuestra vida, hasta que yacemos allí y ella me acaricia y yo la acaricio y en el acoplamiento final, aquella figura doble, dolorosa y feliz, yo siento muy de cerca que ya no soy un adolescente, y probablemente ella no sabe no lo puede saber yo no voy a ser quien se lo diga, ésa fue la primera vez que yo hice el amor en mi vida; al terminar de acariciarnos ella tarareó otra vez y yo le acaricié el pelo sedoso y suave y luego ella me acarició el pelo y dijo que le parecía de azabache. «¿Azabache?», le dije yo; luego creo que salimos a la calle y ella me llevó a la lejanía, a ver la luna más de cerca, hasta que amaneció, y yo me fui al periódico, feliz como un chiquillo.