El insulto no es tan sólo una palabra, una expresión soez, un mal deseo expresado con violencia verbal, dicho o escrito, anónimo o firmado con nombre propio. El insulto es también la mentira, la denuncia basada en rumores, el rumor mismo; el insulto puede ser el rumor esparcido para herir, para anular el prestigio de las personas, invadiendo la intimidad o la historia, para tacharla o para variarla aviesamente. El insulto es la crueldad humana, la construcción del odio entre seres humanos. Cuando escribí sobre el insulto a partir de aquella narración de Manuel Rivas, «La lengua de las mariposas», no había leído aún una de las obras más impresionantes que se hayan editado en España (escrita en Londres, publicada en España) sobre la mala aventura de la República española, invadida desde antes de que se proclamara por la mayor campaña de insulto para crear odio que haya vivido la historia de este país. El libro es El holocausto español, que publicó Debate en 2011 y que tiene el subtítulo Odio y exterminio en la Guerra Civil y después. Dice Preston, en el capítulo de agradecimientos a las personas que le ayudaron en la investigación, que este trabajo le ha supuesto un alto «coste emocional», pues eso es lo que supuso «la inmersión diaria en esta crónica inhumana». Y leyendo el libro, sobre todo las doscientas primeras páginas de El holocausto español, encuentra uno justificadísimas esas palabras explicativas del historiador británico. Si hubiera que adentrarse en el alma de un país sometido al odio y al insulto, ésa es la España que describe Preston desde que comienza su relato hasta que éste nos envuelve como si estuviéramos viviendo las consecuencias de aquella construcción aviesa y malsana que aún hoy sufrimos, con las secuelas indeseadas de una dictadura que hizo un afilado trabajo para dominar las mentes y acostumbrarlas a lo abyecto.
Independientemente de la guerra misma, de cuyas brutalidades la historia está llena de interpretaciones y de cifras, lo que ocurrió un año antes de que se proclamara la República y lo que pasó en el transcurso de ese periodo político parecía una escalada (de odio, de insulto, de rumor, de descalificación) que fue preparando a la población, subliminalmente, para que al fin entendiera la proclamación de la guerra como un suceso inevitable al que conducía una situación de desgobierno. Los historiadores (y Preston lo hace) ya han explicado que eso no fue así, y lo que se hace en El holocausto español es contar con una minuciosidad «inhumana», por decirlo con el adjetivo de Paul, la escalada de esa actividad insultante.
El insulto, decía, no es tan sólo violencia verbal, es la creación de miedo, y por tanto de odio, entre los ciudadanos, para infundirles cobardía o en todo caso trato con la indignidad humana.