José Carlos Cataño

Textos escogidos

Del libro Disparos en el paraíso

Elegía marina

In memoriam Herminia González Perera

Imperceptible, un sol
Declina por las ramas de la costa
Hasta las ondas de poniente
Que agitan los insectos.

Aquí reposa el cuerpo, en la húmeda
Tierra de la memoria.

Un grito hubiera roto la distancia.

El único retorno
Murmura en lo más alto de la densa arboleda
De eucaliptos bajo el cielo encubierto. La sombra
Del volcán vertida al mar es el último mar
Que se cierra a los ojos en medio de un gran sueño.
El mar que penetraba por el borde más alto
Del sol, será el último mar
Para dorar tu frente. Como
Si el mar que terminara
De un golpe
Cumpliera tu figura.

 

Del libro Muerte sin ahí

[Tanta luz no revela nada…]

Tanta luz no revela nada,
Ni tan siquiera
El otro dorso de la nada.
Luz, yo mismo, la luz
En la sonámbula
Lengua del miedo.

 

Del libro El cónsul del Mar del Norte

Beatriz

Pude haber optado por un tipo de experiencia más presentable, donde la audacia hubiese sido también más inteligible.

Cuna y madera, talento y principios no me faltaron. Pero prescindí, ay, de maestros, y a nadie tomé para dedicatoria, paráfrasis u homenaje, pues los pocos que despertaron mi simpatía, o estaban muertos o andaban escondidos. Y otro tanto sucedió con los temas en que me las vi. Siempre pertenecían a la otra mirada, la que despierta la sospecha de un desliz en la ciega, armoniosa enormidad del mundo, mientras éste amenaza con vaciarse en el temblor de una respuesta.

La otra mirada es la mirada de los perdedores —fieles vasallos del sinsentido—, cuyo empeño queda rebasado por la ley que unos llaman dios y, otros, motivo de literatura, de la misma manera que la senda en el valle o la casa en el desierto son finalmente recobrados por la broza y la desolación.

Y la gente no está para lo difícil. Aplaude el estilo limpio, la intachable conducta, y eso que llama rigor y lucidez. Aplaude la vida, el método, el triunfo.

 

Del libro A las islas vacías

Mientras el alba

Monseñor de las moscas
Y de los coleópteros centelleantes,
En el azabache insular
Tanta era la mañana
Y tan poca era la palabra,
Tanta aurora era la del vuelo
Y tanta la pureza,
En lodos irisados
Tanta eternidad era la zumbante,
Cercando el lecho del recién nacido
Tan poco espacio el de la cuna,
De siempre ahí,
Efímero
Como lengua pendiente.

Monseñor, era
En un instante,
A la luz del estiércol de tus ojos,
Cuanto de mi muerte he oído
Lo que tú sobre mi cuerpo hasta el alba decías.

 

Del libro En tregua

[Tu casa ahora es la celeste…]

Tu casa ahora es la celeste,
El cielo desplomado bajo el agua,

Casa del padre que apenas ha sido,
Sólo un puñado de reflejos

Traídos y llevados por el aire,
Todo el cielo amansado,

Por encima y por debajo del cielo,
Tu imagen en las olas que se vierten,

Todo el mar en silencio,
Las hojas deshojadas, sin volumen,

Todo el mar sin sabor,
Entero, ignorándose.

Enséñame la luz,
Enséñame el valor de la luz, tú, que no sabes.

 

Del libro Lugares que fueron tu rostro

Señor del mundo

Señor del mundo, si tú escribes
Con dedo temblante nuestro destino,
Y tu sombra te es adversa al decirte,
Qué será de nosotros
Sintiendo el canto suave de los pájaros
Unidos en la misma oscuridad
De los matorrales nocturnos.
Qué será de nosotros en las formas
Que levante el aire en la arena,
En el fuego que esparcen los baldíos,
Qué podrá mantener entonces
Nuestro aliento desasistido.
Mira que mi respiro se termina
Si por delante no estás, y no sé
Si la amapola brilla
Bajo el sol por sí misma. Y, sin embargo,
Esta palabra
Es mi capilla.

 

Del libro De tu boca a los cielos

Del que fui ya nada sé… ignoro si mi destino imitó el rumbo de las nubes o los surcos de humedad en la tierra.

Lo que queda de nosotros lo saben las fotos, los recuerdos de los antiguos compañeros, lo que vamos escribiendo…

Ni en las fotos ni en los recuerdos me reconozco. Y lo que vamos escribiendo es, si acaso, el fruto de una mentira ilusionada que llamamos “yo” (…)

 

Del libro La vida figurada

MARTES, 9 DE DICIEMBRE. —¿Cómo se apaga el rostro que hemos amado? La primera vez que lo vimos fue tal su resplandor que al instante se volvió incandescente y enseguida se borraron los rasgos, como al mirar al sol se nos ciegan los ojos.

Cuando quisimos mirarlo otra vez, ya no estaba. En su lugar oscilaba una imagen borrosa, más literaria que verídica, convertida en una evocación que arrastrábamos.

Siendo nosotros tantas miradas perdidas, finalmente no conservamos ninguna. Somos los ojos del mundo que nos mira, si nos mira. Somos los ojos vacíos, las olas que suspiran por volver al horizonte, al rostro inaccesible.

 

Del libro Desde entonces

[Llueve, dios, como tú sabes…]

Llueve, dios, como tú sabes para borrar todos los rastros y abandonarnos en la niebla.
Así dejados nos llevan también las gotas que traga la tierra, mientras las gaviotas huyen de la costa y caen hambrientas en los patios de luces, y son feroces sus gritos.

Niebla y viento, el mundo rueda con aspas de matanzas y olvidos.

Otra vez septiembre, otra vez la herida.
Y otra costa todavía más lejana y esta otra vida que se disuelve sobre aquella otra que ya no existe.
Ya no hay adioses. Ya no hay bienvenida.
Llovemos, y nos lleva la niebla.

Otros textos disponibles

DE Desde entonces

Inédito

DE La vida figurada

2017

DE De tu boca a los cielos

1985, 2007

DE Lugares que fueron tu rostro

2008

DE En tregua

2001

DE A las islas vacías

1997

DE El cónsul del Mar del Norte

1990

DE libro Muerte sin ahí

1985

DE libro Disparos en el paraíso

1982
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