José Carlos Cataño

DE Desde entonces

Llueve, dios, como tú sabes para borrar todos los rastros y abandonarnos en la niebla.

Así dejados nos llevan también las gotas que traga la tierra, mientras las gaviotas huyen de la costa y caen hambrientas en los patios de luces, y son feroces sus gritos.

Niebla y viento, el mundo rueda con aspas de matanzas y olvidos.

Otra vez septiembre, otra vez la herida.

Y otra costa todavía más lejana y esta otra vida que se disuelve sobre aquella otra que ya no existe.

Ya no hay adioses. Ya no hay bienvenida.

Llovemos, y nos lleva la niebla.

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