Pedro Álvarez de Lugo

Vigilias del sueño

Atrevido mi desvelo

Atrevido mi desvelo,
pintar de Leonor procura
el pelo, que a su hermosura
solo el sol le vino a pelo.
Émula del cuarto cielo,
a ver su madeja viene.
Bello lazo en que detiene
Mi albedrío venturoso,
pues con tenerte gustoso
por el cabello me tiene.

En tu frente, Luna pura
del cristal más acendrado,
la hermosura se ha mirado
de quien Leonor es hechura.
Tenerla en frente procura
como a cristal más luciente;
y allí, quien atentamente
ve el objeto del cristal,
juzga a Leonor por su igual,
pues ve la hermosura enfrente.

Sus ojos con mil aciertos,
a cuantos hay sobresalen,
pues con ser dormidos, valen
más que otros ojos despiertos.
Del menor hierro desierto
al sol pueden deslucir;
y allí, bien podré decir
de los ojos de igual dama
que han cobrado buena fama,
pues se han echado a dormir.

Dividida en dos la Luna,
cejas les dio de primor,
porque como es en color
una turquesa cada una
de sus niñas, fue oportuna
esta lunar defensión,
porque halle la atención.
(Cuando entre amorosas riñas
mirase turquesas niñas)
medias Lunas por blasón.

Su boca, en quien se divisa
mal un par de átomos rojos,
a vista de tales ojos
es una cosa de risa.
Mas la disculpa precisa
es, que siendo lo de menos

esto, hay primores tan buenos
en carmín, de que se esmalta,
que si el ser pequeña es falta
es hermosa por lo menos.
Su nariz, mucha ventura
debe a la Naturaleza,
que lo que da de agudeza
suele quitar de hermosura,
pues como en Leonor procura
echar el sello, dispuso
(dejando el orbe confuso)
una nariz prodigiosa,
no negándole de hermosa
lo que de ayuda le puso.

A la hermosa arquitectura
de su rostro, cielo bello,
sirve de columna el cuello,
cuya inmóvil compostura
la proporción segura
de fábrica tan dispuesta,
porque fuera manifiesta
desproporción del juicio
faltarle a tal edificio
una columna compuesta.

Ajeno al mismo candor,
del que Leonor hace rara,
sé que a dos manos tomara
(digo las dos de Leonor)
el terso nativo albor
para lucir, pues es llano
que a su candor soberano
rinde parias la hermosura,
porque Leonor en blancura
le ha ganado por la mano.

El aire en su talle admira,
que en llegar a adelgazar
tiene talle de robar
por el aire a quien la mira.
Feliz mi pecho respira
Con aire de tal agrado,
que el afecto me ha robado,
y aunque el robar es defecto
su talle es el más perfecto
por ser el más ajustado.

Es grande y pequeño asunto
su pie: grande en ser pequeño,
más con ser cosa de empeño
lo he de pintar en un punto,
pero en esto demos punto,
porque ¿cómo pintaré
pie, que apenas se le ve,
y su beldad asegura,
que en mar de tanta hermosura
es difícil hallar pie?

Últimamente, un borrón
es apenas lo pintado
de lo que a Leonor han dado
los cielos de perfección,
pues yerra en su imitación
quien con más acierto copia,
porque la copia más propia,
y de Leonor más igual,
es su mismo original,
de mil perfecciones, copia.

 

Convalecencia del alma

El juzgarse los hombres en lo sumo de sus letras, (o en qualesquiera prendas que ennoblece) tan agenos de averlas adquirido, como si se hallassen en los mismos rudimentos, es la ciencia más útil para vencer a la sobervia.

Solo sabe ser grande el que sabe ser pequeño, y sabe solamente ser pequeño, el que sabe ser hombre; saberlo ser, consiste, Valeriano, en saber qué no sabes, aun cuando más aprovechado juzgares que te hayas en letras, o en primores, que ilustran, y que acreditan el ingenio.

Ninguno supo, que supo, que ese conocimiento delirante no le enseñase a ignorarse a sí mismo, de suerte, que en la escuela del conocimiento proprio se le olvidó en las escuelas. Sugetos ay tan sobervios, porque entienden, que entienden, que no ay en donde se hayan, persona alguna, que pueda entenderse con ellos. Entendidos se juzgan con extremo, y en lo que mira a conocerse a sí mismos, se muestra más que desentendido, y por el consiguiente, más sobervios.

El que se haya en la esfera de un juizio tan capaz, que solo ignora que sabe, y solo entiende que ignora; llegó a la comprehensión de la dignidad de hombre, y con ella a la del conocimiento proprio. Por eso Sócrates tuvo la primicia de Docto, porque se juzgó ignorante. Porque llegó a saber que no sabía, llegó a alcanzar lo más que pudo saberse, y lo consiguen todos los que procuran imitarle confesándose ignorantes. Modestia, que acredita de emendido al que imitando a Sócrates, confiesa ser más que todo indocto en el dystico.

Necio, vel si forte scio menesio scire:

Quo scio socratice me scio scire nihil

Esto pues ha sido siempre lo que haze a los hombres dignos del nombre de tales el confesarse poco siendo mucho. Solo se llaman hombres con título más proprio aquellos que no quieren parecerlo, por no ponerse mal con su modestia, y enemistarse conmigo. Los que no lo manifiestan, por no tener a la embidia por manifiesta enemiga, son los que deben con título más justo tener el nombre de humildes; pues huyendo de dar la pesadumbre a la que se deshaze otro tanto, como creen los lucimientos agenos, se la dan a sí mismos, negándose a los aplausos, en que mi ser peligra, y concediéndose al riesgo de que los juzgue por ignorantes el vulgo, que solamente gradúa Doctores a los que son Bachilleres.

 

Apología soñada contra un juicio dormido

Principio a la Apología soñada

Ya el reloj animado
que debe el ser al cóncavo nevado
que al sol y al alba imita en coloridos
en su hueco escondidos,
digo el reloj, que en horas enlatadas
comienza a dar alegres campanadas,
con las últimas dadas me advertía
que se acercaba el día,
cuando en hora de grana
mezclada en el candor de la mañana
vi que se acercó a mí con blando paso
el soñoliento padre de Fantaso.
Y como en la purpuria hermosa hora
en que brilla la Aurora
(tanto como en las horas anteriores)
no empañan el cerebro los vapores
que forman devaneos
en lo vario Protheos
(o como aquel que un trozo de su frente
dejó en manos del héroe más valiente,
cuya fama apocó torcido lino)
no fue el sueño, como otros, desatino,
no salió por la puerta radiante
que debe su candor al elefante
en el templo del padre de Morfeo
lo que allí vio el empleo
de atención cuidadosa; pues es cierto
que lo que vi soñando vi despierto.

 

Ilustración del Sueño de la décima musa mexicana más despierta en el que todos los ilustres desvelos, para desvelo de muchos, da luz a sus tinieblas cuanto le ha sido posible el licenciado don Pedro Álvarez de Lugo…

Ilustración del Sueño de la décima musa mexicana más despierta en el que todos los ilustres desvelos, para desvelo de muchos, da luz a sus tinieblas cuanto le ha sido posible el licenciado don Pedro Álvarez de Luego Usodemar, abogado de la Real Audiencia Canaria

Dase la razón que tuvo el autor de esta ilustración para hacerla al Sueño que compuso la docta, ingeniosa Madre Juana Inés de la Cruz, monja profesa en el Monasterio del Señor San Jerónimo de la ciudad de México.

Leyendo la docta, elevada censura que hizo al Segundo Tomo de las Obras de esta insigne poetisa el Reverendísimo Padre Maestro Juan Navarro Vélez, de los clérigos menores, Lector Jubilado Provincial que ha sido de la Provincia de Andalucía y Calificador del Santo Oficio de la Inquisición, reparé cuidadoso en el cuidado que puso este doctísimo ingenio en aplaudir este Sueño. Dice así, después de haber dicho mucho: Donde a mi parecer este ingenio grande se remontó aún sobre sí mismo es en el Sueño, y creo que cualquiera que le leyere con atención lo juzgará así, porque el estilo es el más heroico, y el más propio del asumpto, las traslaciones o metáforas son muchas, y son muy elegantes, y muy propias, los conceptos son continuos, y nada vulgares, sino siempre elevados y espiritosos, las alusiones son recónditas y no son confusas, las alegorías son misteriosas con solidez y con verdad, las noticias son una Almatea de toda mejor erudición y están insinuadas con discreción grande, sin pompa y sin afectación. En fin, es tal este Sueño que ha menester ingenio bien despierto quien hubiere de descifrarle, y me parece no desproporcionado argumento de pluma docta el que con la luz de unos comentarios se vea ilustrado, para que todos gocen los preciosísimos tesoros de que está rico. Hasta aquí este ilustre Quintiliano. Entrégueme, pues, con el aserto, con la seria afirmativa de varó tan erudito, a poner mi desvelo en el que puso Sor Juana en este Sueño. Y habiéndolo leído unas tres o cuatro veces, confieso ingenuamente que le entendí poco. Y dándome en que entender el no haberlo entendido, hice empeño de entenderlo. No sé, pues, si me habré desempeñado, porque yo al amor propio nunca le he creído mucho. Y así, lector curioso, sin que leas primero muchas veces este Sueño y entiendas claramente que no lo has entendido, o que es para ti muy claro lo más de lo más oscuro, no pases a ver las notas con que quiso dar luz a sus tinieblas la escasa luz de mi ingenio, por que no te parezca más escasa y, muy fácil de juicio, lo juzgues todo muy fácil, como después de haberse hecho se juzgó el artificio que a su autor subió a la cumbre de la fama y las aguas del Tajo a lo más encumbrado de Toledo. Pues para dejar corridas tales facilidades de juicio (estallando a quien las tiene), suena aún en la memoria (a cabo de tantos años) el eco del estrallido del huevo, tan célebre en la Europa como entre los humanistas los que dieron al Zodiaco alternativas estrellas. No te la haga ver tu mal juicio castigándote por fácil.

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