María Rosa Alonso

De La Luz llega del Este

«Los nombres de las Islas»

Desde los tiempos de Viera y Clavijo, los canarios aprendimos a saber quién era el rey Juba (Noticias, 1, 15) y la expedición que ordenó hacer a las Islas Afortunadas. Según el texto recogido por el naturalista Plinio (24-79), en su Historia Natural, VI, ya consta su número, nombre y particularidades de algunas. Álvarez Delgado en su estudio sobre «Las Islas Afortunadas en Plinio», en Revista de Historia, 1945, nos informa sobre Juba y el texto de Plinio, que traduce. En el hermoso libro de Antonio Cabrera Perera, Las Islas Canarias en el Mundo Clásico, 1988 […], figura, entre otros, el texto de Plinio traducido, así que el lector puede consultarlo sin dificultad. Está claro que la obra hecha por Juba, hombre de grandes conocimientos literarios y artísticos, inserto en la cultura romana, se perdió y que Plinio sólo nos da una referencia de la misma. Los nombres de las Islas, que el lector puede leer en el trabajo de Álvarez y en la obra de Cabrera Perera, son todos latinos o su traducción del griego, pues la isla llamada por Ptolomeo, que vive en el siglo II, Heras, lo traduce Plinio por Junonia. Heras o Hera, en griego, es la misma diosa que llaman los romanos Juno, como bien dice Cabrera Perera; así que estos nombres son, en todo caso, dados desde fuera por gente de cultura clásica, viajeros que copian mal los nombres y que se leen unos a otros y alguno cuenta, como Pomponio Mela, del siglo I, en su Chorographia, la gran maravilla disparatada que reproduce Cabrera Perera en la página 66 de su obra: «Hay una isla extraordinaria notable por dos fuentes dotadas de una propiedad singular: las aguas de una fuente dan a los que beben una risa que acaba con la muerte y el único remedio para ello es beber el agua de la otra».

Pero tal disparate posee una base real y es Torriani, el culto ingeniero italiano, quien nos da la pista; al referirse el autor de la Descripción de las Islas Canarias a las aguas de La Palma dice que hay en ella dos fuentes: una «tiene agua buena para beber, y la otra tiene verdosa, amarga y nociva, por cuya razón se cree que estas son las que menciona Petrarca, cuando escribe, imitando a Solino». Efectivamente, Solino, autor del siglo IV, en su Colección de cosas memorables, compendio de informaciones geográficas, procedentes de Plinio y Pomponio Mela, muy leído en la Edad Media, debió ser el vehículo que permitió a Petrarca (1304-1374) escribir poéticamente que en las islas de la Fortuna «due fonti ha: chi dell una / bee, mor ridendo; e chi dell ́altra, scampa» (el que bebe de una, muere riendo; / el que de la otra, se salva (Torriani, edición Cioranescu, p. 222). Abreu Galindo, que no es tan culto lector como [sic] Torriani, pero que intenta averiguar lo más que puede sobre las Islas, nos informa que en La Palma, en la banda del sur, hay una fuente a la orilla del mar, a la que los naturales en su lengua llamaban Tagragito, o sea agua caliente y los cristianos, Fuencaliente; y otra fuente que los antiguos llamaban Tebexcorade, o agua buena (Abreu, III, cap. II). Y esta es la realidad de las fuentes y la base para las fantasías de Pomponio Mela, pero ya en el siglo II algún marinero dio cuenta al mundo mediterráneo culto de entonces de la existencia de tales fuentes palmeras. […]

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