DEL LIBRO TEMPLO MILITANTE, IV
«Las siete Islas»
Con ademán gallardo y rico adorno
de nácar, de coral, de perlas y ámbar,
salieron al sarao siete nereidas,
hijas del mar de la Misericordia.
Salieron imitando a las Canarias
en las divisas, galas y blasones;
y no solo por ser éstas y aquéllas
en número y piedad tan semejantes,
sino porque en Canaria, la gran reina
de todas las demás de aqueste nombre,
fue de san Nicolás hallado un templo
cuando la conquistaron españoles
que ser de mallorquines fabricado
dice la fama, muchos siglos antes.
Salieron, pues, las siete de este modo:
una llevaba todo recamado
de espadas y de palmas el vestido,
con diadema real de lauro y oro.
Otra, el excelso Teida por divisa,
coronada de pámpanos frondosos
y esparciendo el metal que más se estima.
Otra, con una palma por trofeo,
porque la lleva en discreción y gala,
en trato cortesano y bizarría,
a cinco de las bellas Fortunadas.
Con bella laura de fragantes flores
salió la cuarta, y ademán bizarro,
haciendo muy bizarras cabriolas
con que suele rendir hombres armados.
La quinta, coronada de aquel árbol
que, distilando de sus hojas perlas,
se llena de cristal un gran estanque,
con que los moradores se sustentan.
La sexta se mostró gallarda y bella,
de cándidas espigas coronada,
convidando con ellas a las otras,
ufana de haber sido la primera
que a la cristiana enseña se redujo
y la que vio primero en su distrito
la mitra pastoral de aqueste reino.
La séptima y postrera entró danzando
con gran disposición y gentileza,
que a todas las demás excede en esto,
llevando por divisa una guirnalda
de la estimada orchilla de que abunda.
DEL LIBRO ESDRUJÚLEA DE VARIOS ELOGIOS Y CANCIONES EN LA ALABANZA DE VARIOS SUJETOS
AL LECTOR (Preliminar)
Este género de versos, que en Italia llaman sdrucciolos y en España esdrújulos, usan los italianos en sus boscarecias o bucólicas, y los latinos en los himnos que canta la Iglesia: unos son medios, como prudencia y vigilancia, y otros enteros, como propósito y plática. Unas canciones se hacen de solos los medios, y otras de solos los enteros, y muchos de unos y otros. Todas ellas tienen su gravedad y énfasis, cuyo cuidado merece mucha estimación. No he visto esta composición de versos en la lengua castellana con consonancias hasta que salieron a luz algunas canciones mías, que el deseo de honrar mi lengua me puso atrevimiento de admitir en ésta el nombre de autor de ellos, y fue justo que, igualándose ya la lengua castellana con las mejores del mundo, no le falta lo que a otras sobra. Verdad es que, por no ser tan abundante destos vocablos como la toscana y la latina, se compone esta rima tan dificultosamente; de ella he visto agradarse muchos entendimientos graves por la gravedad y majestad de sus números, y que los que no lo son no se agraden no importe, que más es captivar el entendimiento que la voluntad. La mía y mi deseo es agradar a todos, y así, discreto lector, merezco bien el agradecimiento y cortesía que conmigo usares. Vale.
«En la muerte de don Cristóbal Vela, Arzobispo de Burgos que fue Obispo de Canaria»
Llorad, mas no lloréis, musas dorámides;
cantad, mas no cantéis, hispanas dríades;
antes llorad el fin de vuestro oráculo,
pues que perdistes cuanto bien teníades;
mas no lloréis, antes alzad pirámides
que lleguen al supremo tabernáculo,
do esté la mitra y báculo
de aquel archipontífice
que fue famoso artífice
en letras y virtudes aromáticas;
aquel que las católicas premáticas
guardó desde su infancia
hasta llegar a la suprema instancia.
Cuadrose el nombre por sus altos méritos
de aquel gigante, que en el hombro altísimo
pudo llevar al niño Dios pulquérrimo.
Cuadrose, pues, con ánimo santísimo;
llevó sobre sus hombros beneméritos
de Burgos el gran templo celebérrimo,
do fue campión acérrimo
contra el furor satánico;
y por el mar hispánico,
la vela desplegando y santa audacia,
con tres fanales, vida, ciencia y gracia,
colmada de victoria,
llegó su nave al puerto de la gloria.
La castidad, piedad y la política,
el celo, la económica y la ética,
la santidad, la física, la lógica,
la discreción, llaneza, la dialética,
condición liberal contra la estítica,
filosofía moral, reina teológica,
la lumbre tropológica
la teórica prática,
cualquiera matemática,
las virtudes heroicas y monásticas,
grandezas positivas y escolásticas
fueron acompañándole
al alto cielo, honrándose y honrándole.
Vos, alba ilustre de este sol clarífico,
que sobre el corazón noble, magnánimo,
tenéis la verde insignia salutífera,
representad la luz, el celo, el ánimo,
y la franqueza de este sol magnífico
como alba suya cándida y aurífera.
Pues cuando a la estellífera
región fue el día último,
piadoso en el penúltimo,
su albacea os nombró y testamentario.
Y dándoos el derecho hereditario,
os dio el tesoro innúmero
de sus altas virtudes do no hay número.
Canción, suspira, pues el gran Cristóforo
dio vela, y nos dejó en el val de lágrimas;
mas no suspires, pues el lauro y álamo
honran su frente en el empíreo tálamo.
OCTAVAS
«A una dama que no la podía haber»
Ingrata, desleal, falsa, perjura,
inconstante, cruel y fementida,
¿es éste el premio de mi fe tan pura,
es ésta la esperanza prometida?
¿Tan mal se emplea en ti la hermosura?
Como el amor, por ser desconocido,
no me espanto de ti, de mí me espanto,
que a tan frágil pastora quise tanto.
Mas yo haré en mí propio tal castigo,
que pueda ser ejemplo en toda parte:
cruel me sea el cielo y enemigo
si volviere los ojos a mirarte.
A ti misma presento por testigo
si me sobra razón para dejarte,
pues dejas un secreto y firma amante
por otro falso, público, ignorante.
Al son de mi rabel, con que solía
celebrar tu beldad y gentileza,
celebraré de hoy más la tiranía
que das por galardón a mi firmeza:
diré la ingratitud y alevosía,
la falsedad, mudanza y ligereza
de aquese corazón empedernido,
que solo para mí tan falso ha sido.
Ya no te acuerdas, di, cruel tirana,
en aquel dulce mirar en que decías
que no habría en el mundo lengua humana
que explicase el amor que me tenías.
Llevóse el viento la esperanza vana
que con falso mirar me prometías:
a mí me diste un corazón fingido
y el verdadero a otro lo has rendido.
Las tiernas flores deste fértil prado
vuélvanse espinas cuando yo pasare;
las fuentes do viniere mi ganado
amargas siempre el cielo las depare,
si no me pesa por haberte amado;
y plega a Dios, pastora, si te amare,
que nunca tenga un hora de contento,
pues pagaste tan mal mi pensamiento.
¡Adiós, Marcela, adiós!, que ya mis ojos
no irán a verte desde el alta cumbre;
ya no te cansaré con mis enojos,
ni te darán mis cartas pesadumbre.
Ruégote por mis últimos despojos,
por el tiempo que estuve en servidumbre,
que no digas, cruel desconocida,
a nadie que de mí fuiste querida.