«A una dama que no la podía haber»
Ingrata, desleal, falsa, perjura,
inconstante, cruel y fementida,
¿es éste el premio de mi fe tan pura,
es ésta la esperanza prometida?
¿Tan mal se emplea en ti la hermosura?
Como el amor, por ser desconocido,
no me espanto de ti, de mí me espanto,
que a tan frágil pastora quise tanto.
Mas yo haré en mí propio tal castigo,
que pueda ser ejemplo en toda parte:
cruel me sea el cielo y enemigo
si volviere los ojos a mirarte.
A ti misma presento por testigo
si me sobra razón para dejarte,
pues dejas un secreto y firma amante
por otro falso, público, ignorante.
Al son de mi rabel, con que solía
celebrar tu beldad y gentileza,
celebraré de hoy más la tiranía
que das por galardón a mi firmeza:
diré la ingratitud y alevosía,
la falsedad, mudanza y ligereza
de aquese corazón empedernido,
que solo para mí tan falso ha sido.
Ya no te acuerdas, di, cruel tirana,
en aquel dulce mirar en que decías
que no habría en el mundo lengua humana
que explicase el amor que me tenías.
Llevóse el viento la esperanza vana
que con falso mirar me prometías:
a mí me diste un corazón fingido
y el verdadero a otro lo has rendido.
Las tiernas flores deste fértil prado
vuélvanse espinas cuando yo pasare;
las fuentes do viniere mi ganado
amargas siempre el cielo las depare,
si no me pesa por haberte amado;
y plega a Dios, pastora, si te amare,
que nunca tenga un hora de contento,
pues pagaste tan mal mi pensamiento.
¡Adiós, Marcela, adiós!, que ya mis ojos
no irán a verte desde el alta cumbre;
ya no te cansaré con mis enojos,
ni te darán mis cartas pesadumbre.
Ruégote por mis últimos despojos,
por el tiempo que estuve en servidumbre,
que no digas, cruel desconocida,
a nadie que de mí fuiste querida.