Bartolomé Cairasco de Figueroa

DE TEMPLO MILITANTE, IV

«Las siete Islas»

Con ademán gallardo y rico adorno

de nácar, de coral, de perlas y ámbar,

salieron al sarao siete nereidas,

hijas del mar de la Misericordia.

Salieron imitando a las Canarias

en las divisas, galas y blasones;

y no solo por ser éstas y aquéllas

en número y piedad tan semejantes,

sino porque en Canaria, la gran reina

de todas las demás de aqueste nombre,

fue de san Nicolás hallado un templo

cuando la conquistaron españoles

que ser de mallorquines fabricado

dice la fama, muchos siglos antes.

Salieron, pues, las siete de este modo:

una llevaba todo recamado

de espadas y de palmas el vestido,

con diadema real de lauro y oro.

Otra, el excelso Teida por divisa,

coronada de pámpanos frondosos

y esparciendo el metal que más se estima.

Otra, con una palma por trofeo,

porque la lleva en discreción y gala,

en trato cortesano y bizarría,

a cinco de las bellas Fortunadas.

Con bella laura de fragantes flores

salió la cuarta, y ademán bizarro,

haciendo muy bizarras cabriolas

con que suele rendir hombres armados.

La quinta, coronada de aquel árbol

que, distilando de sus hojas perlas,

se llena de cristal un gran estanque,

con que los moradores se sustentan.

La sexta se mostró gallarda y bella,

de cándidas espigas coronada,

convidando con ellas a las otras,

ufana de haber sido la primera

que a la cristiana enseña se redujo

y la que vio primero en su distrito

la mitra pastoral de aqueste reino.

La séptima y postrera entró danzando

con gran disposición y gentileza,

que a todas las demás excede en esto,

llevando por divisa una guirnalda

de la estimada orchilla de que abunda.

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