UNA CASA EN LA FALDA DE UNA COLINA
Desde que la vio supo que tenía que ser el dueño de aquella casa rica, emplazada y sola, en la falda de una mínima colina. Era cuestión de tiempo y de mostrar suma pericia en el terreno de los negocios. Y transcurrieron los años sin que amenguara la imagen deseable de aquella mansión. Y su vida transcurría, mientras, entre el haber de negocios prósperos y el debe de pésimas operaciones que acabaron por fondearlo en un estado de ruina total. Los días felices de vino bebidos en copas de oro se avinagraron y, ahora, traga su amargor en sucio vaso. Ha sido declarado persona non grata, inservible y desahuciada. Camina por las calles con todas sus pobres posesiones al hombro: dos bolsas de basura negras. Y con ellas se encamina hoy, con paso lento, hacia el punto aquel de la colina.
Se halla ante el muro y la verja derrumbada donde un cartel destintado anuncia y miente: NO PASAR
PERROS PELIGROSOS
Desobedece y pasa; las piernas destajan la mala hierba y los abrojos en lo que fue un cuidado jardín. Se halla ante la puerta principal, descerrajada y en el suelo. La remonta. Con el sentimiento del que está entrando en la sala inhabitable y última de la vida, el viejo okupa la vieja casa de su viejo sueño.