Amigo Garry Davis:
te escribo desde mi mesa de cemento
instalada en el centro de la calle,
entre guardias y señales de tráfico
y viandantes que airean su polilla.
Es un día cualquiera
y he salido a pasear mi corbata,
mis calcetines grises,
mi pañuelo…
Mi pañuelo es blanco y es de hilo
y me lo he puesto en la solapa.
Te escribo aquí para mejor sintonizar con la
trepidación del mundo.
Un perro lame mis venas
y las gentes disfrutan descubriendo comercios.
Sobre un florero aletea, suspenso, un gran pájaro verde…
Hoy no he ido al parque.
La pistola y la epístola me preocupan,
me cercan las monotonías.
En los profundos muros,
en las espesas capas de cemento,
en los pozos helados del asfalto,
allí donde la vida se hace turbia
como una alcantarilla,
y agónicos resbalan,
sin alas, pesadísimos, los días
muertos de luz, las noches, las semanas
de tanto madrugar, de tanto sueño
y cópulas torcidas,
muertos de tedio, sin pasión, sin odio…
La tierra está acabada de hacer en esta acera.