EL VISITANTE
El paso de los trenes, el copioso silencio
de la noche sitiada por obeliscos blancos,
el trazo de las horas sobre el opaco instante,
la turbia lluvia oculta detrás de las cortinas
y las inaccesibles arañas de cristal…
Palabras que resuenan como presos cantando.
La voz es una luz que se extingue en la noche.
El paso de los trenes detrás de las cortinas.
Dentro de las cortinas todo el enjambre azul.
II
Fueron llegando nuestros hijos.
Todos se parecía a aquel Mar
y llevaban sus nombres y el de todas sus cosas;
en sus ojos latía el brillo de sus olas,
y en sus corazones de hondura radiante
el amor infinito y el respeto
a sus padres y a Dios.
Nunca fue como entonces su tiempo de bonanza,
su cosecha fecunda de peces y corales
para exornar el cuello nacarado,
el brazo laborioso,
la frente vespertina de la madre
y el bello altar izado a Dios.
Nunca fue como entonces su tiempo de clemencia,
su alegría de vernos congregados,
de auparnos a su lomo iridiscente
y hasta nos dio la idea de construir la nave.
Fuimos así sus argonautas primigenios
y a solas con él aprendimos la ciencia de las estrellas
y el arte de los Descubrimientos
y todos sus secretos, que él mismo desvelaba
ante los ojos zarcos del asombro.
Nos adiestró a luchar contra sus propias sirtes
y a domeñar sus tempestades
y a utilizar sus vientos procelosos
y a burlar su iracundia, que él forzaba
para curtirnos la experiencia.
Cuando al fin regresaron nuestros hijos, el Mar
estaba lleno de cicatrices blancas;
mas contento y feliz de haberlos hecho fuertes y sabios…
Aquella noche quiso descansar.