Félix Casanova de Ayala

DE El Collar de Caracoles

LOS ÓRGANOS (fragmento)
Ante los ojos dilatados por el asombro de los turistas, se iba acercando lentamente una mole pétrea avanzada en el mar, que reproducía a la perfección un órgano gigantesco, alzado sobre el agua.

Una prodigiosa orfebrería de estalactitas y canales cincelados en la roca decoraba todo el frontis de la montaña, con la simétrica posición de los tubos y registros del más grandioso de los instrumentos musicales.

Chano, recreándose con la emoción casi mística de la joven, iba contorneando la roca, buscando los planos de máximo efecto, los contrastes de luz en aquella arquitectura trazada por el milenario discurrir de las aguas calizas, aproximándose cuanto podía a su base.

-¡Oíd…!-exclamo Arabella, transfigurada- ¡Qué música maravillosa desprende…! ¡Así soñé mi Sinfonía!

Pipes prestaba oído, un tanto escéptico.

– Ser ruidos del mar…¿Usted oír, Mister Chano?

El muchacho tardó en contestar, absorto en la contemplación de la joven:

– ¡Sí que es cierto; se escucha cantar ahí dentro!
MIENTRAS RUGE EL VOLCÁN (fragmentos)
…Chano se derrumbó jadeante en el banquillo y dio el primer impulso a la embarcación. Los otros lo ayudaron empujándola con fuerza. La barca se alejó velozmente, cabeceando al entrar en contacto con las primeras olas picadas…

Sobre el fondo sangriento del volcán la muchedumbre lo miraba sobrecogida, aproximándose silenciosamente a la orilla…

[…]La costa se adivinaba cercana, imprecisa en detalles…El esfuerzo había sido titánico, ya que el bote carecía de vela; y remaba de frente para mejor orientarse. Un extraño valor, un desprecio inaudito de la vida infundía fuego en sus venas y vigor diabólico en sus músculos. ¿Cuántas horas duraba su loca carrera hacia el volcán? No se entretuvo a pensarlo, como tampoco dejaba fijar en su imaginación los horrores que pudieron haber sucedido a Cayaya.¡ No! No quería pensar en nada que le distrajese de volar a su lado, de rescatarla de aquel infierno…

[…] Ya estaba en tierra…Trepó angustiosamente laderas arriba, en dirección a la cabaña, tratando de percibir cualquier rumor que pudiera orientarlo, llamándolos a gritos hasta enronquecer.

-¡Dios mío…!

Chano se detuvo mortalmente pálido, jadeante, a punto de desfallecer. Ya no conocía el sitio; todo aquello parecía un roquedal.

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