La originalidad narrativa de este autor lo sitúa temporalmente en el denominado boom de la narrativa canaria de los años 70. El don de Vorace es una novela lírica, término con el que se representa un tipo de narrativa híbrida que utiliza la novela para aproximarse a la función del poema. En ella se presenta un punto de vista lírico que puede ser disfrazado o directo, proyectado con la forma de diario mediante un confesor o narrador en primera persona. Es frecuente la utilización de la corriente de conciencia, la vivencia de un mundo interior, la ruptura de la linealidad temporal y la exigencia de un lector activo.
La novela El don de Vorace presenta a un protagonista, Bernardo Vorace, que es a su vez un narrador en primera persona. Este se proyecta desde la posición del diarista. Desde ella solo le interesa el presente, la discontinuidad de instantes en que vive. Por ello la novela está desarrollada desde, en primer lugar, una macroestructura, que es el diario que constituye la novela, donde Bernardo relata su presente y, en segundo lugar, una microestructura, el cuaderno del que Vorace extrae elementos que ayudan a conocer detalles de su pasado. Este pasado a él no le interesa, ya que lo que para él tiene importancia es la vivencia del instante desde lo intuitivo. Por ello, cuando esta vivencia es llevada al límite, el propio protagonista le da el nombre de «la gran sensación».
El protagonista, por tanto, es altamente irracional y en este punto se relaciona con la propuesta filosófica de Schopenhauer, que se inserta dentro de la corriente filosófica vitalista, donde la voluntad y lo individual se posiciona como un elemento superior a la razón. Vorace está en un mundo que le produce dolor y hastío. Necesita momentos de alivio que le faciliten la existencia, que la primera persona encuentra en la música y la literatura para afrontar un mundo que le produce dolor. El yo está entre dos polos opuestos: la voluntad absoluta de vivir y la voluntad absoluta de fallecer. Intenta suicidarse en varias ocasiones, pero no lo consigue. Entonces necesita un ideal simbólico, en este caso representado en Santiago Moreno, que funciona como heterónimo de la primera persona y proporciona un espejo en que se proyecta la vida ideal, no ejecutable en el mundo presente.
Para alcanzar este ideal Bernardo se vale de la consideración de sí mismo como mito: su verdad como la única posible. Sus actos se manifiestan en su cuerpo, ya que todos sus altibajos internos son también externos y se observan en su físico. La máscara, entonces, lo ayuda a afrontar el porvenir: eliminar el mundo presente y comenzar desde cero. Para ello considera que es necesario terminar con los personajes que le resultan molestos, que son aquellos que conocen sus debilidades y con los que no entra en armonía.
Bernardo Vorace representa este mundo desde una actitud que tiene relaciones con las propuestas de teóricos de la posmodernidad. En primer lugar, en la novela se desregularizan las jerarquías tradicionales y toda prohibición es vista como un ataque para la primera persona, que anhela la libertad individual y la felicidad, que se demostrará como difícilmente conseguible. En segundo lugar, la metafísica del yo oscila entre la euforia por alcanzar el ideal y la autoaniquilación. En tercer lugar, se demostrará que los ídolos y las utopías ya no son posibles. Por ello, el final de la obra es desolador. El yo se queda solo y sin ideal posible.
La obra poética de Casanova, en palabras de Jorge Rodríguez Padrón, muestra una insólita madurez y una rigurosa coherencia. Desde El invernadero hasta Poema desde París hay una rápida madurez en Félix Francisco Casanova. El lenguaje se va concretando con el paso del tiempo, yendo desde la complejidad atmosférica inicial a un acortamiento en la sintaxis que lleva a veces al autor a irse despojando hasta la coloquialidad directa con que termina La memoria olvidada. Hay en toda su poesía una honda premonición de la muerte y una importancia fundamental en el hallazgo y la revelación, donde tienen importancia el agua y el ensueño. En Casanova se encuentra una soledad que ha advertido Rodríguez Padrón como elemento de carencia maternal que coincide con la biografía del poeta.