EL INVERNADERO
1
Hiedra ya aurora,
muerta de frío en las oscuras galerías
y en el fleco de una noche
atrapada, fresca en la piedra
del color de la carne, encendida,
casi aire. En la gruta gime
la lluvia, no profunda y al mismo tiempo
helecho y coral,
boca y pasto,
yerba rojiza al olor
de mis pasos.
2
El invernadero apagado, las
flores palpitan con los ojos abiertos,
vestiglos morados en la sangre frondosa
del cementerio. Los ceremoniosos
pájaros cuelgan de las torres, sus
trinos son tiernas navajas, espejos
esféricos, lagos donde las lluvias paren
mohosos sueños,
los mármoles tiritan, en
el reloj longilabros detienen la hora
que está por llegar, risa de hienas,
el incienso enrojece
las madrigueras.
EL ZARZAL
3
(El cielo de las lluvias)
Oídme, hijos de yubartas de tierra,
con el callista a mis pies
arrancándome la costra de sol,
los gálbulos en las ánforas y
las flores de ataúd.
Soy un cuerpo de papel,
dormido en el arcón junto a
huesos de mariposa, gilbas camisas
de las Antillas. Deszúmame,
dócil miruello,
tocante y menudo.
El aire me golpea
con morro de delfín,
por eso os digo:
no busquéis mi dolor en las auroras,
escudriñadlo en los hilos de mi
osamenta.