Su primera etapa comienza en 1930 con la publicación de Campanario de la primavera, libro de ruptura con la estética modernista, poemario que supone la aceptación y el acercamiento a las formas artísticas de las vanguardias. Su primer libro, titulado La fuente de Juvencio, permanece aún inédito, por decisión del autor, y los textos juveniles aparecen desperdigados en revistas y periódicos de la Isla.
Debemos tener en cuenta que la poesía escrita en Canarias a partir de la década de los años 30 refleja un cambio en las estéticas que imperaban en las Islas y se caracterizan por la superación del postmodernismo y la incursión en el nuevo arte. Para el joven Emeterio supone un paso hacia la madurez literaria. Son estos años de preguerra una época decisiva en la producción de las letras Canarias y revierte en el compromiso de los intelectuales con el entorno, con la sociedad y con la vida. Las vanguardias ejemplifican la madurez verbal y la visión renovada de una realidad. En torno a las revistas literarias se aglutinan una serie de intelectuales que se plantean su relación con el mundo desde perspectivas y puntos de vista inusuales en el arte producido hasta el momento. Son ideas nuevas que irrumpen en el universo artístico. Se potencia el lenguaje poético en sí mismo y se busca la poesía pura. Este valor mágico y demiúrgico transforma objetos, pensamientos y paisaje en ideas evocadoras, misteriosas algunas veces. Su estilo se sitúa muy cerca de la estética de Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Gerardo Diego, Ortega y Gasset, Gómez de la Serna, Machado o Juan Ramón Jiménez, pero a diferencia de ellos en sus textos se funde lo real del entorno con la palabra renovada artísticamente, buscando un mundo nuevo. Soñando el nuevo arte. Él busca siempre, como dice en uno de sus versos, que el libro de “hojas secas” esté lleno de vida, de la savia que viene de la misma naturaleza para poder explicar el devenir del ser humano sobre el mundo. Emeterio Gutiérrez Albelo siempre oscilando entre dos grandes corrientes filosóficas y estéticas: el surrealismo y el existencialismo. Él, como su Charlot, “faro triste, en el eje de un mundo de sombra y de fracaso”, trató de buscar la luz del conocimiento, de la poesía y del paisaje que lo rodeaba.
Su obra más significativa es la que se produce en la primera mitad del siglo XX, coincidiendo con las vanguardias artísticas. En 1933 publica Romanticismo y cuenta nueva, con portada de Óscar Domínguez, el libro consta de 41 poemas en los que ya se mueve inmerso en las nuevas teorías y modos poéticos. Enigma del invitado es su segundo libro de acercamiento al surrealismo. Consta de 26 poemas de versos cortos, rápidos, ágiles en los que narra las peripecias de un enigmático invitado y unos también extraños anfitriones. Se suceden imágenes y fragmentos oníricos sin aparente relación, como también sin aparente orden se suceden los sueños. Este invitado que puede ser uno o varios, que puede desdoblarse, multiplicarse o transformarse, se diluye en las situaciones en las que se ve envuelto, que son la sustancia y la clave más importante del libro.
Su percepción de lo poético y su visión del mundo se acercan al universo creado por Breton, Èluard, Soupault, Artaud, Dalí o Buñuel. No rehúye la crítica social, la rebeldía ante las imposiciones o la parodia en las que se puede rastrear la influencia del cine y de la pintura.
De su etapa posterior a la guerra civil podemos destacar algunos poemas sueltos y el libro de sonetos Los blancos pies en tierra con el que obtuvo el premio regional Tomás Morales.
Es un poeta de altura lírica y de convicciones fuertes. Como apunta Domingo Pérez Minik no siempre bien comprendido, pero siempre comprometido con su independencia y sus ideas.