De OÍ CRECER LAS PALOMAS
[Fragmento]
MUJER NEGRA
Sí. Misterio.
Como un buitre que tiene árboles en los ojos.
Y las manos llenas de impaciencia.
Madeja.
Teje.
Vieja.
Y una casa
con luces que enmudecen
mientras espera las letras
CE I E ELE O
POETA NEGRO (sacando un sobre abierto del bolsillo)
Hoy he recibido una carta.
POETA BLANCO (como recordando)
… una carta?…
…una carta?…
POETA NEGRO
Una carta que yo he mentido.
Que yo negaba
cuando el canto del gallo
enrojecía el horizonte.
MUJER NEGRA (al Poeta Negro)
Oh, si tuvieras
la más pequeña llaga
de mi corazón!
Oh, si tuvieras
un céntimo de mi pupila!
(el Poeta Negro comienza a leerla)
Saludo!
Los secretos han dejado de ser!
Los archivos han muerto de HOY!
Las muchachas han roto los pendientes los anillos las pulseras.
Asesinaron a Romeo
Y exclamaron:
Que el altar de su ingle es para Juan.
Se han dicho cinco palabras:
LLAVE
PALOMA
NUBE
HIERBA
LUNES.
Tú ya no puedes decir nada.
Lo hemos visto por televisión.
La gran hilera de juventu
se perdía arrastrando sus zapatos
Ni un zaguán había en sus corazones…
En el ojo derecho
estaba la muchacha
de la falda grande y blanca.
En el ojo izquierdo,
la muchacha
de los labios gruesos:
Una criada asomada
en el segundo piso
y una cucharilla de plata.
El asfalto se había dormido de tanta burla.
¿Cómo era posible
que aquella juventud
se hubiera olvidado
del canto maravilloso del alpinista?
Los condes y los marqueses han sido asesinados.
La hierba crece al compás de nuestros tambores.
Y las plegarias de nuestra ciudad
caminan hacia los ascensores.
Pronto será nuestro el cielo.
Esperamos mientras luchamos.
Sin embargo un pequeño junco tenemos en el corazón.
Un día falta para que el mundo cambie de sexo.
Y la luna tiene demasiado alcohol en sus venas
para que los enamorados escuchen sus disparates.
Los barrenderos han ido a la huelga
colocándose en sus solapas
escobas de rosas.
Pero no hay temor
porque el viento
espléndidamente
nos ha ofrecido
su lengua de gato.
Antes de llegar oímos el llanto.
Hemos partido el equilibrio de la paz de unos segundos.
Sabemos que los rascacielos
alzáronse de puntillas
para vernos en el horizonte.
Sabemos que las calles de New York
ocultaron sus ojos y sus oídos.
Sabemos que las alas de oro
enfermaron de pobreza.
Y que el canto espiritual del hombre negro
Comenzó a trepar por la estatua de la Libertad.
Hoy es nuestro gran día.
El día de las 25 horas.
De QUERÉIS TAÑERME
NI MUERTA
Te llamaron ni muerta,
por cosas que tú sabes, todo el pueblo.
Verte doblar la esquina, la ventana,
la mano y decirte:
ni muerta, dobla, dobla, dobla
a muerto, muerto, muerto.
De no querer a no sé quién,
de no verla delante,
de no que no, que no y que no,
que no querías,
ni muerta te llamaron,
por tocas que tú sabes, todo el pueblo,
doblado en la ventana
y viéndote pasar;
adiós, ni muerta
ni viva, Encarnación.
BARCO JULIÁN
Casi mi brazo puede ser la arena,
el mar,
el barco Julián dentro, las velas podadas,
el hijo que se casó en Bañaderos,
amigo mío lloraba el día de su boda
junto a su lluvia blanca,
junto a los brazos de la novia
caía la lluvia del hijo de Julián,
con los zapatos mojados hasta el alma,
áspera de salir noche tras noche a la mar
al día siguiente por pan.
Casi mi brazo izquierdo era la mar
donde el barco de Julián
levantaba en el aire
el calamar agonizante, chillando allá
en el fondo, esperaban tirante
con la liña y el pez pegado.
Era la mar que queda a mi izquierda,
de los pescadores padres y abuelos,
de los hijos desnudos,
de las mujeres qué comer en la orilla rezando,
mientras se cubrían la cabeza siempre
ahora y siempre varando barcos de padres
y abuelos,
a la izquierda de la Puntilla,
en donde vivo.
De A LA SOMBRA DEL MAR
ENCONTRÉ LUZ
Di con los ojos en el hoyo claro
de la mañana; encontré luz, altas
piedras, rocas erguidas por la orilla,
gaviota remontando mayo sola,
azul sobre la arena lento, barco
parado al aire, tierra roja. Quise
enterrarme en aquel aire, en aquella
tendida claridad la isla. Mis ojos
dentro del hoyo claro, el sol pájaro
alto cantando; quietas aguas celestes
a la sombra del mar.
HERMOSO TALLER
I
Hace buen corazón, el mar en calma,
la arena amarillea, la gaviota
chillando por las rocas solitarias,
la garza picotea por el musgo,
el cementerio aquel y la salina,
muros tan altos, derramadas nubes
al sur, todas en vuelo; cruzan bajos
los guirres tardos, pasan
bajo la claridad que amanecía.
Hace buen corazón, hace buen viento,
velas trepando el aire, velas
tendidas por el oleaje.
Hace
buen corazón, es claro el tiempo, puedo
entender los signos por la arena,
puedo encender mis ojos todavía,
llevo la sangre a vela, la alegría.
Nubes atravesando el cielo, yendo
por los atajos altos, tienen
que abandonar sus sillerías.
El mar en calma,
la arena amarillea,
alguien suelta en el aire la alegría,
espanta las gaviotas, chillan, vuelan;
todas dándole vueltas en la orilla
II
Aquí, bajo la copa de la tarde
alta, pensativo y caído dentro
el aire, voy subiendo, conozco
a donde van a dar los días. Vuela
cogida aquí en mi mano la gaviota
fuera, por el aire junto, el cielo, el agua
mordiendo rocas verdes, claridades
detrás de las montañas rojas; era
la luz creciendo por el suelo abajo.
Todo callaba. Corre el mar humildemente,
rompe el oleaje, vuelca espuma;
crece la luz desparramada. Celda
cerrada todo. Cae la tarde, puedo
palpar los frutos, ir por el camino
aquel, por siempre el viento. Llegaría
cuando tuviese la palabra justa.
Honda es la tarde. Dejo caer mis ojos;
Oigo romper su fondo. Pasan alas,
las nubes apretándose, las sombras
las velas recogidas. Queda un hombre
dentro las mares altas del silencio.
Larga es la tarde. Cruzo por delante
muros azules, veo, allá, lejano,
encenderse la luz mientras se acaba
la claridad en torno. Crecen juntas
las orillas y no se sabe dónde
comenzará, dónde esta luz termina.
De CÓDIGO DE CETRERÍA
VARADO EN CASTILLA
Sé qué rocas cubre ahora la marea,
qué luz da vueltas, gira por los charcos, quién
se asoma al barandal de la avenida
y espanta, hace huir a los peces eléctricos,
quién tiene, en la lejanía, encendido
el petromax, quién es, qué sombra está sentada
sola en el muro de La Puntilla,
quién grita en la taberna y golpea el aire,
quién duerme sobre el barco varado
frente a la barbería, quién se tumba
en la pared del almacén de paja;
sé qué puerta se ha cerrado para siempre.
Hasta mí llega el olor de las algas
podridas, la suave brisa salitrosa,
la estopa untada en brea, la masilla
blanda a fuerza de puños, el escoplo
del calafateo, el olor minio calabaza,
el gris plomo, el habla de los que reman
hacia tierra en la noche; huelo el ron servido
al son del mostrador, el vino químico.
Atravieso la Plaza Roma, siento
caer la lluvia, la densa niebla de enero
arrollarse entre los árboles del bulevar,
me empuja contra el alto acantilado
y choco en las ventanas, en los frisos,
y voy y vengo, remo las calles.
En la noche
alguien trata lentamente, con su aparejo,
trenzar palabras cada día como si fueran
peces que llegaran bajo la claridad de su barca
varada en el corazón de Castilla.
DOMINGO RIVERO
Cruzaste La Plazuela, sin tertulia, vacía
(daba el sol de las once). Bajaste lentamente
la calle Lentini, tan absorto. El aire abría
las palmeras. El mar al fondo, calmo, bullente.
Humos altos pintados en el azul del cielo.
La nave el alma. Barcos que abandonan el puerto
de la luz; albas gaviotas giran por el vuelo
del corazón, en la fe toda, en el amor cierto.
Tañe Vegueta. Sobre las calles se derrama
el son lento, oran las sombras de silencio antiguo.
Contigo de camino; severamente clama
tu justa furia mansa, tu voz en paz. Hermano
mayor de la mesura, yo creo en ti, atestiguo
tu profunda ley: mi parte en el dolor humano.
De PAPÉ SATÁN
EL OBJETO Y LA MIRADA
La boda entre el objeto y el ojo
humano que lo mira silencioso.
Canta tumbado sobre el prado verde,
mira pasar el cielo quietas nubes
barrocas, álamos del oro viejo,
fuentes de Botticelli corren entre
eróticos caballos blancos donde
un ángel de cabeza vasta y griega
alza exterminador su espada en llamas
contra un cuerpo desnudo fugitivo
por el bosque sangriento manso y lleno
de grandes galgos largos ladradores.
La boda entre el objeto y la mirada
se celebra en silencio. Poderosa
tabla vestida de color y fuego
colgada ante los ojos caminantes.
La boda entre el objeto y la mirada
¿en qué escuela de niños, en qué pobre
colegio natural los ojos fueron
aprendiendo lección tan dura y larga?
Un ángel de cabeza vasta y griega
palpa la forma y la acaricia y besa
erguido y derrotado sobre el lecho
de un material usado por las manos
que tocan una marcha nupcial; todo
orquesta el aire, vuelan las palomas
de piedra mineral. Sólo un muchacho
tumbado sobre el prado verde mira
los álamos, la sencillez del agua.
Io Hymen Hymenaee Io.
Io Hymen Hymenaee.
LET’S HAVE A PARTY…!
Han colocado, en pie, tibios aromas
en un jarrón, en medio de la sala
circular, junto a las esquinas llenas
de ciervos saltadores y bombillas
ocultas, por detrás de los sillones
anchos y largos, color cuero negro.
Todo ha sido dispuesto con cuidado.
Aquí tendrán espacio suficiente
dulces murmullos, gritos apagados,
exclamaciones fugitivas, tenues,
miradas lentamente desleídas
dentro de un vaso azul, copas doradas,
voces que irán cayendo en el oído.
Alguien recibe tras la puerta suave.
Gótica mano blanda, cuidadosa,
transparente de luz, avara, ciega
para palpar y ver en otra mano
dolor, debajo de la pobre piel
deseo, detrás de la amistad amor.
Traza gestos banales, habla al aire
tan oscuro de todos, concurrentes
afables en la tarde de febrero.
Rostros decorativos, torneados
de cansancio, pulidos de penumbra;
ojos correctos, densos en sus cuencas,
precisos al rodar suaves sobre otros
ojos erguidos en el aire roto;
caras ornamentales bajan lentas
alrededor de las conversaciones
dichas ayer, en otro lugar cerca
de éste, desde los mismos labios
distinta boca ya; manos usadas.
Danzan sin verse, cuerpos indolentes
trenzados por el son de leve música
desenrollada aquí y allá, por la ciudad
que vivo, bajo techos color pálido
y rosa, suelos de mullida sombra.
Obedientes humean de sus hombros,
de sus mejillas, ojos, labios; hablan,
gustan, oyen, palpan, ven; sus figuras
el tiempo las incendia: son ceniza.
De UNA BEBIDA DESCONOCID
LEVANTATE DEL SUEÑO Y CENA
Madre doña María la sabiduría,
nupcial coloca su jarrón, cuida la casa.
Él llega acompañado por tu hermano
José: su delicada mano el norte.
Fotografía familiar en la azotea;
tiempo y Matilde son la historia, el interior
el abuelo y su cabra fabulosa,
pupitre de la infancia, aquel muchacho
de la filosofía y de la arena
trabaja con el pez y su naturaleza
barco Julián, el minio calabaza,
la mano temblorosa empuña el ramo
de luz, árbol marítimo que nace;
levántate del sueño y cena. Gira
frondoso bosque quieto, crece junto,
sobre la misma línea de la playa,
espesa sombra vuela, sobre mi cabeza
suelda las ramas invisibles, traba
las hojas de cristal perenne, yaces,
debajo de la espalda brota el sueño,
la muchacha desnuda corre el bosque,
salta la hierba; quiebra el tronco, lee,
se adentra por el matorral, se pierde
en la espesura cálida y regresa
a la sombra del árbol de la arena;
larga mano tendida al sol calcáreo
trata de despertarme y cubre y ciega
las puertas transparentes de la playa,
la lámpara de luz enciende. Madre
guisa caldo, cocina junto al patio
y fríe el pez. Levántate del sueño.
El sol arriba incendia la azotea,
la boca manantial bebe despacio
la espuma, el oleaje se amorosa
dentro del cuarto, nadan en la cama
hasta tocar el fondo oscuro y tratan
(sin certeza) juntar los ramos de agua
en una llama sola que se encuentre:
el palpo que comienza a abrirse crea
el árbol que la enlaza, funda espacio.
LA BROCHA SOBRE LA PLAYA
Hunde la inmensa brocha en el aceite,
revuelve el oleaje marino, unta
el filo de la cumbre algodonoso,
acantilado abajo rueda el humo, bulle,
se tiende el horizonte por la línea
y, encima, suspendida sacude, chorrea
hasta La Barra donde precipita
convulso el trazo; esponja la gran charca
y arriba hasta la orilla de la playa
el pelo amontonado, el palo largo,
el mango largo asciende y se recuesta
allá en El Confital; se esfuma
la oceánica mano tras el punto
como si fuera una mano canaria:
la larga playa entera el cuerpo tuyo.
Muchacha al sol tuesta su cuerpo abierto,
anatomía de la arena palpo, bulba
carnal corre tendida, el aire untado
fija la transparencia, la muchacha
entra en el mar azul, el baño gira,
la playa gira contra el muro y traza
el incendio voraz que se termina y seca
en la más lenta lentitud; el ojo
cuaja despacio el vientre, el seno cae,
la boca se entreabre, lenta lengua
se consume tratada por las llamas,
la brocha chorreante en luz sonora
cristaliza, percal que se voltea,
la mano se parece a la ternura
dormida entre sus dedos ladeados,
entregada parece que pregunta
por mí y cuando mira parece que
me mira mía, rompe la crema y brota
la espuma apresurada y su perfume
enfrente y desde arriba ya se abaja.
Dame; callada, todo tu silencio,
la muchacha la arena de la playa:
sobre tu cuerpo descansa mojada
aquel montón de pelo bondadoso.
De El ANIMAL PERDIDO TODAVÍA
PANCANARIA
El perro está debajo de la llama
allá en el almacén, bajo la cal, audible,
ladra debajo, come sal, llamea
debajo de la paja derretida, lame
el animal abajo florecido y libre
debajo de la piedra que se cae, tibia,
encima de la cama; mientras ladra
baja furiosamente en su costado
deslumbrante, oceánico, en silencio
detrás, detrás, de bajo de su boca,
ladra mucho, camina echado, gime
el can despierto de la lejanía,
detrás de la pared, come despacio
(el perro bebe mar cuando olfatea
terco) debajo de su oreja descendida
hambriento de salitre bebe barro
nocturno y terrenal, sale descalzo
y patea la cal azul de la bahía, solo,
desparramada sal quemada, y baja
dormido mientras se levanta, ladra
profundamente mudo para abajo
continental perro canario
ahúma largamente silencioso
aúlla silenciosamente luz.
AMERICANA LENGUA
José Lezama Lima
El patio de cristal apalabrado y liso
Y la silla arenosa, luz que se vacía
El ojo que te mira, en alto
Allá en el dormitorio donde ciego acude
El mar, el animal echado que se fundamenta
Y cuaja en tu interior, vivir en el lenguaje
La lámpara de luz parsimoniosa entonces
En el fanal derrama pulcra fiebre nítida
Araña la profunda lluvia espesa, espacía
La ventana larguísima, el bigote ralo
El árbol amarillo caribeño, la mejilla
Posada al borde del espejo verdecido
Yerba facial, el pelo cuando cristaliza
La flor enjabonada, la mano que embadurna
De espuma azul el pómulo, el labio rosa
La miel enjalbegada y la guayaba pía
Deslumbrante trasluz (el vaso de agua solo)
El oloroso patio blando en el que se humedece
El aromoso puro habano que chupa, humea
La floreciente brasa calda y la respira
El asma caudalosamente hebrea, el habla
Silbada, el instrumento susurrante,
Feraz, la planta oleaginosa y la saliva
Desnuda en el lenguaje descosido fresa
Americana lengua dada te posee dulce, fiore
Cuando la lagartija vegetal entera lame
La estalactita estalla en el labio vacío
Como si fuera todo lo que amé algún día
Mientras el belfo te olfatea hospitalario
Y en ti, el animal oscuro de la epifanía.
EL VERBO CANARIO
El náufrago habita un apartamento en la Ciudad Alta vacío. Vive allí. Duerme en el suelo, come en
un pequeño bar familiar debajo de su piso. Nomadea las calles, se posa
como un pajarraco taciturno al borde de la cornisa. Contempla La Isleta, El Confital, la Playa Las
Canteras, Ciudad Jardín, la Playa de las Alcaravaneras, el Parque Santa Catalina, el Puerto, el
Muelle Grande. Ve entrar (o salir) el barco comercial, el alto barco blanco del turista, el larguísimo
petrolero semihundido, la lanzadera del jet-foil.
A veces pasa la mañana colgado en la cornisa sin ver nada, tumbado. Mira adentro, o al
cielo. No ve absolutamente nada dentro de sí, ni fuera. Ni siquiera ve la blanda luz de la mañana, su
vasto caudal luminoso. Profundamente dormido merodea las calles, con los ojos abiertos sin ver
nada. Un barco que saliera, si acaso. La noche se derrama sobre él, cruza de golpe lentamente,
tendido al fondo del mirador, recostado en el muro, en cuclillas, arropado por el soplo cálido
silencioso. Ve, cegato, desatracar del muelle un fulgurante bulto oscuro, un carguero con todas las
luces apagadas, sin tripulación, vacante. Es lo que ve. El náufrago balbucea no se sabe qué.
1El naúfrago vive en lo alto de la montaña urbana encastillado en su soledad. Alguna noche
se levanta de la mansedumbre, habla a la ciudad, en voz baja, íntimamente. A veces silabea (o silba)
lo que tiene que decirle a esta ciudad pero no sabe cómo. A veces se le oye decir apoteosis. Alguna
noche dijo patética. Pronuncia torpe éxtasis, busca las sílabas, trata de montar sonoramente esa
palabra que no utiliza nunca: éxtasis. El náufrago no sabe todavía qué significación tiene, qué
quiere decir. Parece que quisiera familiarizarse con ellas cada noche largamente, con urgencia. Que
tratara de amansarlas, saber qué peso tienen, qué cuerpo, cantidad de sal, qué levadura, combustión,
susurro, silabeo, silbo.
El náufrago cultiva con pasión esa planta alrededor suyo. Inmenso matorral sonoro. Árbol de
la palabra. Se vuelve hosco, incómodo, como si no quisiese saber nada de nadie, molesto, cuando
ronda la palabra que no se sabe cómo enunciar, de dónde viene, por qué. Cualquiera de ellas puede
nacer en su casa, llegar a danzar, a todas atiende, mima, las corteja y cría. Él fecunda la palabra. A la palabra fea. A la palabra hermosa. A la palabra mala. A la palabra buena. A la palabra verdadera.
A la palabrita.
El náufrago merodea por la Ciudad Alta, en Las Palmas de Gran Canaria, de día, de noche,
insomne. Animal acorralado, trata de encabezar su vida con la palabra balbuciente, buscar esa
expresión desconocida, conformarla, silbarla… (mira La Isleta, el incendio del aire, el muelle que
emerge del oleaje…). Prorrumpe entonces, levantándose, echándose a volar: el Verbo canario. Éste.
Éste es.
De EN ABSOLUTA DESOBEDIENCIA
POÉTICA
Nunca, naturalmente, he dejado
la precisión a un lado. Es otra.
Pudiera parecer entonces (no para mí)
que abandoné la profesión
de tornero (pulía el lenguaje). Hacía
la pieza a la vista.
Ahora trato
de hacerla (la pieza) en el mismo
torno. Y es otra. En la oscuridad.
Aquella antigua pieza tan precisa
creció como un árbol en el paisaje.
O en la ciudad. En la meseta planetaria.
Ahora trato de precisar (en Occidente)
la pieza fúlgida. En alta mar
(el torno es el mismo). Yo ya sé
que no puedo hablar sino de lo que no se ve,
de lo que desconozco. Me encuentro
solo trabajando. Apenas alguien…
Con el oscuro. En la claridad.
Veo más algo, nada. Entro solo
en la casa. En la luz. Sobre la playa.
La nube cruza caudalosa. La noche restalla.
El lomo del río, la gaviota rayando
el exterior, volcada allí. Estoy solo
acompañado de mí mismo. Cuando veo
tus ojos, tan lejos, vuelvo. Pues quiero
estar junto a ti, sin más. Verme
en ti, estar contigo. Lo mío,
cosas mías del lenguaje, de la realidad,
como si yo tuviera que ir delante, en la emergencia,
el diluvio, cosas mías, neología.
Sírvame una copa, amigo. Comienza
a entenderse la gente nocturna (y diurna)
en la oscuridad. ¿A que sí? Sólo
hablo de lo que no se ve. Sólo
de eso. Y mal. Llevo mi torno
a todas partes. De noche, de día.
Trato de hacer una pieza difícil,
ininteligible (por ahora). Una pieza
clara, que encaje perfectamente
con lo desconocido. Ajustadamente.
Esta pieza, amor mío, por aquí.
EN ABSOLUTA DESOBEDIENCIA
A veces pienso que el dialogante
ni siquiera me escucha. Le veo el ojo
nítido en otra parte. Ni me mira
ni parece verme. Ni que me escuche.
Parece que oye otra cosa que la que
le digo, otra cosa. ¿A quién? Rostro
múltiple. No tiene rostro el dialogante.
Esta noche enfrente mío no tiene
cara alguna, está presente solamente.
Ha venido a escucharme. Es su profesión.
Estar conmigo. Llega de todas
partes. Se sienta. Me mira. Se dispone
a oír. Es alguien de cualquier parte.
Un extranjero afortunadamente siempre.
¿Usted me escucha a mí por cortesía,
o por qué? Uno no viene, dijo, por amor
ni por hacerle compañía. Uno viene
por último. Usted siempre estuvo llamándome
desde joven, últimamente. Por
eso vine, al fin: le escucho. Diga
lo que quiera. Todo lo comprendería
si no fuera porque al mismo tiempo
que le escucho tengo que trabajar
en otra cosa. Por ejemplo: en desoírle.
ÁRBOL DE LUZ
El árbol era de cristal, tenía
las hojas de vidrio. Tan alto
que llegaba al cielo, las nubes
parecían frutos blancos, frutos
de algodón encima de mi casa.
Nada más abrir la puerta el árbol
ascendía vertiginosamente, cubría
el cielo: era el árbol de luz.
EL HOMBRE LÓGICO
Afortunadamente el hombre sabe
cada día más sobre su propia
muerte, ignoto territorio fiel,
en vida. Ir descubriendo algo
cada día que parece ilógico.
Cómo decir las cosas. Entenebrarse.
Piadosamente el hombre al borde
del tiempo, del agua, celestial
y terráqueo, en su pronunciamiento
(una luz de otra parte en una nube),
el hombre lógico que todavía
tiene la luz. Trabajada
luz que no se ve. Oscuridad
que no se ve. Algún día
afortunadamente el hombre
descubrirá también germinativo…
Verá que muere lógico. Cada
día más cerca ya del agua.
EN EL ATARDECER
La vida baja a la playa dulcemente.
No hay nadie. Una gaviota vuela lejos
en el atardecer. Cunde el silencio.
Un barco lejanísimo. Dime, Manuel
Padorno, ¿qué ves? El mar tendido,
el filo de luz última, la barca sola.
Ciertamente la luz. Resuenan
mis pasos por la arena, en el silencio
cae el tiempo, palpo oscuridad.
De DESNUDO EN PUNTA BRAVA
EL VIEJO DESNUDO
Vas por ahí ya no se sabe cómo
de tan viejo, arrastrando tu sombra,
viviendo de tus ojos. Parece que fue
ayer cuando, revestido muchacho
bello te introducías con amor
extraño en lugares donde se iniciaba
el baile. Fuiste durante mucho
tiempo la belleza del mundo, ahora
eres grotesca la figura del que se va:
el viejo desnudo. Y tienes todavía
algún tiempo, poco, ¿cuánto? Para
ir despidiéndote de todos si así
lo deseas, ¿lo deseas? Solamente
doy a entender, en este viejo
lenguaje tuyo y mío, como sea,
con toda la violencia, la sabiduría
y la ignorancia que poseo inútil
que el hombre debe envejecer
por algo desconocido. Por
instinto. Afortunadamente
no pude matarme joven. He visto
Isoy un viejo desnudoI, ahora
cómo se baila (de verdad) esta
música. Y entro, entro. Inicio
el baile mío último contigo.
De EFIGIE CANARIA
ATLÁNTICA PIRÁMIDE DE LUZ
Delante del Paseo Las Canteras
atlántica montaña, pueden verse
(hermoso Theyde elado) sus laderas
enllamear azul, subir, arderse
hasta volcar, volcánicas esferas
las llamaradas blancas, rehacerse
por arriba del cielo, en las afueras
de la celeste bóveda perderse.
En ti trabajo, fuego, desde el alba,
llama siempre atendida cada día,
edificada claridad al trasluz.
Oh construcción de la mañana, salva
tu permanencia y tu rigor vigía
invisible pirámide de luz.
JARDÍN DÉLFICO
(Bartolomé Carrasco de Figueroa)
Bartolomé sale al jardín, hespérica
para regar con un sentir bucólico
la llamarada délfica, quimérica
esta mañana tanto melancólico.
Melancolía atlántica, diabólica
el ánima embargaba periférica
(dijeren que esta lírica no es armónica)
a su estado de anímico frenética.
Vio venir una llama llameante,
alta vela solar plena de escándalo,
pletórica de nueva poesía;
un milagro de luz escalofriante,
de mística armonía, puro sándalo…
pero volvió a la jardinería.
De HACIA OTRA REALIDAD
CAMINO DE MI VENTANA
Yo me eché a caminar por un camino
que llevaba a la fábrica de luz.
Un camino, además, que terminaba
delante de mi casa, justamente
al abrir la ventana que da al mar.
Yo me fui convirtiendo, sin pensarlo,
En un obrero más, de los que abría
las más grandes compuertas invisibles,
celestes transparencias, y engrasaba
los émbolos más altos, las poleas
que elaboraban la mañana atlántica.
Después de mucho tiempo, tantos años
de aprender el oficio, convertido
en un obrero ya especializado,
me fue confiado dar la luz del día.
Como un profesional, yo me dedico
a cumplir la faena encomendada
apenas conocida por mi barrio.
Yo me eché a caminar por un camino
que termina delante mi ventana.
Donde pulso la grande maquinaria.
DE FANTASÍA DEL RETORNO
OSCURO ANIMAL, ME POSEÍA
El animal estaba por allí
cambiando las palabras de sentido,
trastocando su gráfica precisa;
lo hacía por la parte más oculta
que da, precisamente, a la escritura:
en donde se guarece todavía.
Un animal callado, impenetrable
hablaba otro lenguaje; así lo entiendo.
Parece un pez a veces; y otras veces
resulta de un extraño contenido.
A veces disimula. Y aletea.
Y puede ser un pájaro marino
color del aluminio por si acaso.
Volaba alrededor. Sin yo notarlo.
Llegaba sin aviso. Y me obligaba
a releer después lo que escribía
A veces me olfatea. Con su pico.
Cuesta trabajo ser amigo suyo.
Lo intento cada día. Tan inútil.
Picotea esta página. Me cambia
la última palabra: me poesía.
LEER DORMIDO
Siempre leo dormido, ya traspuesto.
Sólo lo alcanzo al descansar, profundo.
Cuando se logra, experto en sueños, ducho
lector de oscuridades acostadas,
me rodeo de libros que me sirven
de sábana, y me cubren con sus páginas;
también son mi almohada; me recuesto.
Nada como leer siempre dormido.
Leer en sueños, caminadas letras,
despertando las hojas, repasado
el gran bosque de párrafos, de sílabas
al final del capítulo tercero.
Leer dormido el libro, es lo mejor:
nunca estoy tan despierto como entonces.
La lectura recorre todo el cuerpo,
la anda mi pie, pasa mi mano, inunda
los intestinos, saben cerebrales.
Dormir durante el libro, mientras se hacen
todas las escrituras arteriales.
Caminar libro adentro; veo, leo,
páginas subo, vuelvo y bajaría.
EL SILLÓN
De las ramas más altas del enebro
me construí un sillón, que es donde viajo.
A la caída de la tarde entera,
rendido de los campos, entro en casa,
y me dirijo a él, donde me siento
al lado la ventana siempre abierta,
y me dejo llevar al mismo sueño
por caminos que salen a la playa.
Una playa que existe en algún sitio,
que tiene un sol distinto, indescifrable,
el oleaje sones insulares,
la arena es de oro puro, y las gaviotas
son un rayo de luz en el espacio.
Entonces me desnudo. Entro al agua.
Me baño en las orillas celestiales;
Salgo del agua y visto. Me levanto
Entonces del sillón; baja la noche
el árbol estrellado de mi casa:
hacienda de cristal en donde vivo.
De las ramas más altas del enebro
construí este sillón, y su secreto.