Por el conjunto de su obra poética puede afirmarse con seguridad que Pino Betancor es una de las voces femeninas más importantes de nuestras letras en la segunda mitad del siglo XX, y que, vista en su conjunto y a través del tiempo, su palabra osciló entre sus dos núcleos temáticos más persistentes: el amor y la preocupación social, el contenido romántico y su compromiso y solidaridad con el tiempo que le tocó vivir, facetas sin dudas de un mismo instinto de comunión con todo que fueron hilándose en sus versos con un perfecto manejo de la rima, del ritmo y la cadencia.
Su poesía busca expresar las pasiones y anécdotas de su ser cotidiano y personal, quizás por ello su obra entera destila claridad y se erige sobre un deseo deliberado de comunicación, y sus formas no manifiestan ningún apego a las modas o tendencias de su tiempo, sino al contrario, se mueve entre ellas libremente, hasta forjar una poética donde resuenan las codificaciones líricas más diversas, desde el simbolismo al neotradicionalismo, del clasicismo a la expresión más contemporánea.
Además de esa diáfana claridad, si algo caracteriza el discurso lírico de Pino Betancor es su emotiva y profunda pasión por la vida. Su verbo se inflama, se enciende y se erotiza al contacto de una realidad que irá mostrándole a la autora su naturaleza contradictoria, el bagaje claroscuro de sus horas y sus días. Ya sea en el amor o en la desesperanza, en la alegría contagiosa o en la soledad del silencio, en la plenitud del placer o en el agónico vacío, en la experiencia personal o en la entrega solidaria y colectiva, es visible el carácter sensorial de su palabra, la exaltada hondura de toda su experiencia, porque su obra es sobre todo una suerte de íntima biografía, el registro de un alma que recorre el camino y se busca entre las luces y las sombras. Quienes sabemos los detalles de esa búsqueda y conocemos la trama existencial de la escritora, podemos percibir en sus imágenes algo más que el conjuro artificioso de las letras, porque sus metáforas, y la materia poética de sus libros, son ella misma. En su espacio poético confluyen sus recuerdos (Luciérnagas), sus objetos (Las dulces viejas cosas) sus pasiones amorosas (Cristal, Manantial de silencio) la que pudo haber sido y la que no pudo ser (Los caminos perdidos) la que canta al trabajo y los oficios del hombre (Las moradas terrestres) la que espera y desea la justicia social (Palabras para un año nuevo) la que entrega su amargura y escribe sobre la arena del vacío (Las oscuras violetas, Las playas vacías) la que habla a los niños del planeta (Dejad crecer la hierba) y rinde homenaje a hombres y mujeres que han sido excepcionales (Cantos personales) la que canta a su pueblo y se despide después de haber hallado, en la vida y la poesía, un sabio conocimiento de las cosas, la madurez de ese río que no cesa de fluir.
La obra de Pino Betancor ha sido objeto de atención y reconocimientos, entre otros la traducción al inglés que hizo de algunos de sus versos el profesor Louis Bourne, conocido traductor de Vicente Aleixandre, el amplio estudio “Vida y pasión en la poesía de Pino Betancor” que Sebastián de la Nuez le dedicó en el Anuario de Estudios Atlánticos de 1988, o su inclusión en distintas antologías de poetas españoles: así en Poetisas españolas Antología general, Tomo III, de Luzmaría Jiménez Alfaro (Madrid, Torremozas, 1998), en 96 poetas de las Islas Canarias, de José Quintana (Bilbao, De Autores, 1970); o en Antología de la poesía canaria del siglo XX, de Sebastían de la Nuez (Londres, Forest Book, 1992) entre otras.