Si Pedro Perdomo se forma en las islas de la mano de poetas tan grandes como Tomás Morales y Alonso Quesada, o bajo la admiración creadora de Domingo Rivero, en Madrid se nutre de las enseñanzas impartidas directamente por Ortega y Gasset, Luis de Zulueta y García Morente. También entra en contacto con Ramón Gómez de la Serna y Juan Ramón Jiménez, y comparte con los compañeros de generación el inicio y desarrollo de las vanguardias. Y, luego, pasa por la guerra y una larga postguerra hasta llegar a los albores de la democracia. El periodo transcurrido ha sido largo: el modernismo canario, las vanguardias, en Madrid y en Canarias, los grandes maestros… Si atendemos a las parcelaciones y clichés con que se ha periodizado la historia literaria, Pedro Perdomo Acedo tomó contacto con el modernismo, el posmodernismo, la generación del 14 y el novecentismo, el neopopularismo, la poesía pura, las vanguardias, la generación del 27, el surrealismo, la generación del 36, la literatura de postguerra, el garcilasismo, la poesía social, etc., con las particulares condiciones de la poesía canaria del siglo XX. Todo ello muestra la variedad de inquietudes en las que participó, aunque su obra se constituye como una sola voz, que resulta todavía más compleja si se le añade la particularidad de evitar la publicación.
Pedro Perdomo Acedo es un poeta con una grandísima voz, con una voz potente y también muy personal, con una voz melódica de ricas matizaciones. Una voz libre, sin ataduras ni cortapisas. Una voz trabajadísima, que refleja ese gusto por el vocablo (“una atención extremada por el lenguaje”, que diría Ventura Doreste) y por el ritmo y la sonoridad, que sorprenden continuamente: “arte es selección, búsqueda arriscada de expresiones”, decía allá por el año 27, al prologar Índice de horas felices ,cuando él todavía no había publicado ninguno.
“La fecunda capacidad de quimerizar que posee el autor y su instinto para las asociaciones sorprendentes, espoleados una y otro por la fascinación del paisaje, instauran un espacio ideal que es reflejo magnificado de la realidad y a la vez dominio de cosas, criaturas y acciones fantasmagóricas aparecidas en flujo exuberante”, escribió de su poesía Manuel González Sosa.
Pedro Perdomo Acedo trabajó pacientemente su producción poética, con unas claras convicciones estéticas, en lucha constante con el tiempo y la inmediatez. Convencido de su quehacer, no desfallece. La configuración de su obra se sobrepone a cualquier otro aspecto: así, la titularía Hambre de unidad en un momento; en otro, Niño eterno. Y nos dice: “El secreto de la creación [nos dice el poeta] está en hacer que las cosas se muestren como si apareciesen en el mundo por primera vez, recién nacidas, intactas; y, por añadidura, entrañablemente humanizadas…”.
Poco dado a la edición de sus poemas, muchas de las obras que hoy conocemos son pequeños anticipos, breves muestras que ofrecía pudorosamente en plaquettes, en series limitadas o no venales. En varias ocasiones la edición de sus libros viene marcada por un trágico desenlace. Si el fallecimiento de su madre pudo provocar su despertar poético y su orientación definitiva, la muerte de su hermana María le permite un pequeño homenaje con la aparición de su primera obra: La muerte imaginada. El fallecimiento del capitán Eliseo López Orduña anima su Elegía al capitán mercante; el de su esposa, la Última noche contigo… Alentado por algún amigo o por la situación cultural, decide dar libros más extensos, como son: Ave breve y Caballo de bronce, a un público también más amplio. Pero su clímax editorial le llega en 1967, a los setenta años, cuando su experiencia poética toma nuevos bríos con Volver es resucitar.
El valor y significado de la poesía de Perdomo Acedo podemos resumirlo citando a Luis de Zulueta, uno de sus maestros: “si se dice lo que los otros dijeron, es no haber dicho nada. Decir lo que nadie ha imaginado, es ser otro poeta. Hallar camino nuevo, es ir al Parnaso; ir por donde los otros han ido, es rodear para no llegar”. Más allá de que el término Parnaso hoy signifique poco, el verdadero valor de Pedro Perdomo está en haber dicho con palabra personal y nueva lo que otros habían imaginado.
La actitud receptiva del niño ante el mundo (“poesía es niñez concentrada” diría Ortega y Gasset), la selección como producto de constantes y continuas eliminaciones, la novedad, la búsqueda de nuevos caminos, la originalidad y la personalidad de su lírica son características que dominan su obra de forma consciente desde un primer momento, “desde el crepúsculo de la Paloma / hasta el crepúsculo del Cuervo.”