Natalia Sosa escribe durante la dictadura franquista, y esta contextualización es necesaria para poder comprender su obra. En la dictadura se modifica en 1954 la Ley de Vagos y Maleantes e incluye la represión a los homosexuales. Ante esta situación, Natalia Sosa es consciente de que su discurso poético surge desde la afirmación de ser un cuerpo abyecto concebido desde el rechazo cultural por su condición homosexual. Su poesía habla de silencio y opresión con una voz que, desoyendo el discurso hegemónico, escribe sobre sí misma, siempre en primera persona, en un intento por interiorizar y formular su propio discurso, su propia verdad, frente al impuesto por los otros. Así, se va haciendo con un lenguaje sutil y cifrado donde tienen cabida sus deseos, su amor a otra mujer, amor prohibido, invisible en la organización social. Hablando desde la otredad, desde la negación de la identidad de los cuerpos oprimidos, desde sentirse ser pecado y de ser vacío y nada, va creando un sujeto que se posiciona y cuenta la verdad de su cuerpo. En su poesía explora mecanismos de desdoblamiento que le permiten exceder el yo a través de la práctica de multiplicidad de identificaciones. En este proceso de construcción de la subjetividad, desarrolla una obra poética, como resistencia a la normalización, a través de diferentes etapas que se corresponden con la negación, invisibilidad, opresión, búsqueda y aceptación.
A lo largo de su obra metamorfosea las formas corporales oficializadas por la historia del pensamiento para visibilizar todo aquello que ha sido desterrado de la idea de lo que es un ser humano. Las lesbianas han sido demonizadas en la cultura popular. La patología y la ridiculización de su cuerpo eran la respuesta de la pacata y mezquina moral franquista para poder domesticar dicha desviación. Pero Natalia Sosa utiliza esta experiencia homófoba de opresión para construir un lugar identitario desde la exclusión. Y, así, se declara extraña, rara, monstruo, loca para convertir la transgresión en el proceso de creación de una subjetividad alternativa y legítima. Incide en la transformación metafórica de su cuerpo, de su identidad, que se siente una «Nada navegante, nómada de la vida, peregrina / incesante de espantosas e inquietas soledades». Este sentimiento entronca con la idea de “sujeto nómade” desarrollada por Rosi Braidotti, quien define al “sujeto nómade” como aquellas identidades que se resisten a establecerse en las formas socialmente codificadas del comportamiento, pero también del pensamiento. Natalia Sosa se rebela contra esa imposición normativa aceptando la diferencia para subvertirla y transformarla reapropiándose del lenguaje, porque el mero hecho de nombrarlo, de nombrarse abyecta, supone la configuración de un territorio en el que sí tiene cabida.
La poesía de Natalia Sosa habla de deseos, de miedos, de incomprensión, de búsqueda, de refugio. Su propia obra se convierte en el asidero desde el que da cobijo a su experiencia vital atrapada, sin quererlo, en un cuerpo incomprendido. Desarrolla un relato discursivo en el que cuestiona los códigos políticos y sociales desde la deconstrucción de su cuerpo, y va articulando su poesía en torno a la disociación de su identidad marginada: como mujer, como escritora y como lesbiana. Leer a Natalia Sosa supone visibilizar identidades alternativas, aprender nuevas significaciones, descentralizar el yo lector/a acomodado a normas regulatorias que se desestabilizan y se cuestionan. Su poesía es también resistencia y la frustración, el motor con el que edifica una narración legitimadora de la diversidad. Su lectura precisa de un cambio en la mirada, en la forma de leer para poder percibir los códigos lésbicos subyacentes y cómo su disociación identitaria reconsidera el concepto del ideal de feminidad.