Su prolongada y enjundiosa colaboración con la prensa convirtió a Doreste en una de las principales figuras del periodismo canario en la primera mitad del siglo XX. Tanto es así que, en 1902, fue nombrado Presidente de la Asociación de la Prensa de Las Palmas. Su primer artículo localizado apareció en El Defensor de la Patria (Las Palmas de Gran Canaria), en abril de 1894. Por estas fechas, alterna sus colaboraciones tanto en publicaciones insulares (El Fígaro, Las Efemérides) como salmantinas (El Estudiante de Salamanca, del que fue director y cofundador, y el periódico de corte católico El Lábaro). Otros periódicos que, a lo largo de su vida, acogieron sus escritos fueron Unión Liberal, España, El Trabajo, La Mañana, Diario de Las Palmas, Ecos (en el que publicó, en 1917, sus memorables textos en contra del regreso de los jesuitas a Las Palmas), El Tribuno, la revista Florilegio, La Provincia, La Crónica (acogió, en 1917, “Los decoradores de mañana”, considerado el germen público de la Escuela Luján Pérez), La Jornada, El Liberal, El País y Hoy. También, en la primera década del siglo, colaboró con el Abc de Madrid, La Correspondencia de España, la Revista de Municipios y la revista Canarias, de Buenos Aires.
Desde el punto de vista artístico, Doreste estaba convencido, igual que Unamuno y Carducci, de que solo educando al pueblo se podría conseguir su mejora cultural y estética, y que la belleza debía hacerse presente en todos los aspectos de la vida porque ennoblecía el espíritu. Estas reflexiones, publicadas de manera fragmentaria, muestran un pensamiento heterogéneo y en constante evolución, y lo convierten en uno de los críticos canarios más representativos del 98. En sus críticas literarias puede rastrearse la influencia de escritores tan dispares como Clarín, Unamuno, Croce, Óscar Wilde, Menéndez Pelayo, o cualquiera de los clásicos, cuyo estudio consideró fundamental para tomar verdadera conciencia de la lengua. Defendió el arte humano, de ahí su gusto por la estética realista o impresionista. Rechazó el decadentismo, el modernismo y el expresionismo vanguardista por considerarlos deshumanizados y de expresión imprecisa, si bien aplaudió la unificación entre primitivismo y vanguardismo presente en las manifestaciones artísticas de la Escuela Luján Pérez.
En relación con la lírica insular, auguró el nacimiento de un “panteísmo poético” que, posteriormente, se materializó en la lírica de Alonso Quesada, Tomás Morales, Saulo Torón, Fernando González, Montiano Placeres, Vicente Boada o José Jurado Morales, a cuyos textos volvió una y otra vez. Junto a estos, Santa Teresa de Jesús y José María Gabriel y Galán, o Unamuno, y los italianos Carducci, Leopardi o Pascoli, fueron sus preferidos. Sus recensiones más significativas sobre el género narrativo se centran en la producción de Galdós, Alonso Quesada, Claudio de la Torre, Benito Pérez Armas o Agustín Espinosa (quien le dedicó su famosa conferencia Media hora jugando a los dados), junto a los numerosos textos dedicados a Unamuno, tanto en su faceta de ensayista como de orador. Escribió numerosas crónicas teatrales –“paliques teatrales”– sobre obras, representaciones y compañías que pasaban por los lugares en que vivió. También fue asiduo lector de literatura extranjera: francesa, rusa, inglesa, aunque se centró en la literatura italiana, sobre todo en Carducci, Dante, Petrarca, Manzoni, Graf, Panzacchi, Fogazzaro, Salvadori, D’Annunzio, pero también en Fóscolo y Leopardi, que le decepcionaron. Hacia el final de su vida, se acercó a la cultura hispanoamericana.
Su obra literaria de creación, inédita en gran parte, es bastante escasa y de desigual valor. Hemos de destacar sus crónicas paisajísticas e impresiones de viaje, típicas entre los hombres del 98, y cuentos (publicados entre 1896-1937, aunque la mayoría apareció entre 1896 y 1904) en los que sigue las pautas del romanticismo y los cuadros de costumbres. Destacan, en su primera etapa, “Dios y Patria” o “Los ensueños de Gabriel”, de temática noventayochista, y, en la segunda, “¡Caramba!”, “Carcoma” y “La novela”, de ambiente regionalista. También publicó algunos textos híbridos, mezcla de narración, descripción y diálogo, más originales y creativos que los anteriores, como “Jerga. (Imitación servil)” o “De ventana a ventana. Carnavalada”. Su corpus poético fue aún más breve –formado por tan solo 18 textos– y recibió la influencia de los románticos, tanto peninsulares como insulares, seguidores de lo que ha dado en llamarse “posición hacia dentro”, y de cierto impresionismo. Su primera y mejor poesía publicada fue “La estrella compasiva” (1913). Más interesantes resultan sus cuatro traducciones de poemas italianos: “En la plaza de San Petronio” e “Idilio en la marisma” de Carducci; “Rosas de invierno”, de Rapisardi; “La calma después de la tempestad”, de Leopardi (inédita). Entre 1931 y 1932, se dedicó a componer, con ayuda de Claudio de la Torre, el libreto de La Zahorina. Zarzuela de costumbres canarias en dos actos, dividida en cuadros, a la que puso música su hijo Víctor. En su última etapa hemos de situar sus reflexiones acerca del tipismo y el regionalismo, vertidas en el folleto “A guisa de prólogo”, incluido en la publicación Habla Néstor, y la redacción del texto de la primera guía turística de Gran Canaria (ambos de 1939).