Alonso Quesada es poeta, autor dramático y narrador, y desde esa distinción de géneros podemos esquematizar su obra. Pero hay un Quesada único: el poeta eterno que nunca deja de estar en sus textos para esencializar lo cotidiano; el hombre mediatizado por la realidad externa y la interna de su propio temperamento que le impelen a acudir una y otra vez a los grandes temas: la muerte, el amor o el desasosiego anímico, a la observación del entorno inmediato desde la trascendencia interna; y el escritor de pluma ágil e imaginación despierta y ocurrente que halla en la distancia del humor y la ironía (en ocasiones, el sarcasmo) el tono de su escritura. En una feliz conjunción de géneros, su prosa narrativa, siempre subjetiva e impresionista, halla en el diálogo y el coloquio un atractivo tono dramático, gestual incluso; su teatro, simbólico y mítico, está enriquecido de acotaciones líricas casi autónomas; y su poesía esconde o descubre en tonos de diálogo el encuentro íntimo con el “otro yo”, el cercano de los amigos e incluso acude a la acotación espacial (sobre todo poemas de Los caminos dispersos) para intensificar desde el espacio la intemporalidad de su significado.
El cronista: Siempre fue Quesada escritor de prensa, como dijimos. Se inició en el periodismo aun no cumplidos los veinte años. El periodismo de Quesada es festivo, satírico, irónico y hasta ácido con cierta malignidad agresiva no exenta de gracia. Destacó muy pronto como autor de Crónicas de la realidad inmediata: “reflexiones sobre la vida cotidiana”, según propia definición. Son todas ellas apuntes atractivos sobre la idiosincrasia de sus paisanos (“el hombre insular”) distanciadas desde el humor: los retrata o los caricaturiza, desvela sus manías, sus vulgaridades, sus tics de carácter…; también sus modalidades de habla, el léxico, los modismos y sobre todo el ritmo y la modulación del coloquio, en lo que demuestra habilidades escénicas nada comunes. No falta en sus crónicas el tono lírico o sentimental, con apuntes de ternura y de nostalgia. El conjunto de sus crónicas significan estupendos ensayos personales del mejor costumbrismo, en la línea que iniciaran los hermanos Millares y siguieran, tras él y muy cerca, otros, como Félix Delgado. En 1919, Quesada agrupó en libro un grupo de sus crónicas bajo el título de Crónicas de la ciudad y de la noche: más costumbristas las primeras, más poéticas las segundas. Quesada escribirá crónicas durante toda su vida, de 1916 a 1924. Entre 1918 y 1922 publica un importante número de ellas en La Publicidad, periódico barcelonés con el que colaboró. La factura de estas últimas crónicas es la de siempre: observación distante de la realidad, disección cuidadosa del individuo, ironía… Cambia ahora su protagonista que es, en su mayoría, el extranjero trasladado a la realidad insular por azares de guerra o cuestiones de salud. Pero las crónicas no son para Alonso verdadera actividad literaria. Nunca las firmará con ese seudónimo sino que inventará para ellas heterónimos diversos: Cardenio, Gil Arribato, Máximo Manso, Felipe Centeno, Galindo…
El gran escritor, el verdadero Alonso Quesada es el poeta, el narrador y el autor de teatro. Él se siente un escritor amplio y eterno. Sobre todo, un poeta.
El poeta: En 1915 publica su primer libro verdadero, El lino de los sueños, un poemario redactado en verso blanco de arte mayor y estilo llano y directo, casi coloquial, en la línea de un modernismo esencial: el de los rumores, el intimismo o la distancia humorística o irónica, recurso este (el de la ironía) fundamental en su expresión literaria. La rutina cotidiana de un mundo pequeño trascendido por el numen poético, es su tema; la familia, la oficina y los ingleses, los acontecimientos diarios, los amigos, el mar, las cumbres montañosas, la tristeza, la soledad, la lejanía… A partir de esta publicación trabaja Quesada en un nuevo poemario, Los caminos dispersos, que no logró publicar completo, aunque muchos de sus poemas aparecieron en distintas revistas nacionales. Hará la primera edición el Gabinete Literario, en 1944, preparada por un grupo de amigos y con prólogo de Gabriel Miró: seis unidades de veintiséis versos (Caminos de paz del recuerdo, Dolorosos caminos. Caminos silenciosos, Caminos del mar. Caminos de ayer, y Alivio del alma. Final de los caminos) con un poema intermedio, Siempre, dedicado a Tomás Morales, tras su muerte. Los caminos dispersos suponen un itinerario lírico con notas de irrealidad en busca de un alivio ante la desolación, la soledad interior, la incomunicación; los elementos de la propia ruta, la literatura, la abstracción del ambiente, el amor o la naturaleza pueden servir asideros. Nuevo modo de itinerario y nuevo modo de desolación e incomunicación supone el Poema truncado de Madrid, publicado por vez primera en 1920 en cuatro números de la revista España (de octubre a noviembre). Se trata esta vez de un itinerario real –el de su viaje a Madrid-, subjetivizado desde el desengaño interior con que lo trata. Completan la producción poética de Alonso Quesada Otros poemas inéditos que añadieron los editores de Poesía (Fernando Ramírez y Lázaro Santana, Tagoro, 1964) y el mismo Lázaro Santana en Fablas (n.º 62-64, enero- marzo, 1975) y en Alonso Quesada. Obras completas, Cabildo de Gran Canaria 1976 y 1986.
El narrador: No hay diferencias esenciales entre las distintas vertientes del Quesada narrador. El mismo narrador ágil, atractivo, irónico y malicioso de las Crónicas completa su visión de la sociedad insular con Smoking-Room y Las inquietudes del Hall, una serie de relatos (el primero) y una novelita corta (la segunda), que tienen su punto de mira temático en la colonia inglesa, protagonista “ajena” al narrador precisamente por próxima. La prosa de Quesada, ágil, flexible, atractiva está dotada en estas narraciones de especial habilidad para reproducir escenas y caracteres con apuntes nítidos, a veces rápidos, a veces morosos, siempre agudos en su detallismo llenos de humor y de atractiva ironía. No faltan en los textos las audacias formales, ni las imágenes atractivas para describir ambientes o caracterizar física o moralmente a los protagonistas, a veces solo levemente caricaturizados. Destaca ─como en todo el Quesada narrador─ la maestría de taller a la hora del cierre del relato: a la vez intenso que desmitificador.
El autor de teatro: El teatro de Alonso Quesada es siempre simbólico y alegórico. Entre 1918 y 1920 escribió dos obras de teatro muy distintas: en La Umbría, que se publicó en 1922, la alegoría se basa en la contraposición de realidades: la salud, la enfermedad, la muerte de una clase alta carcomida por la tuberculosis, o la decadencia frente al vigor, la vida y la fuerza del pueblo o la burguesía acomodada. Las acotaciones (amplias las introductoras de escenas) son textos casi autónomos de espléndida factura, verdaderos desahogos poéticos que, unas veces resaltan el locus de Agaete (el del campo o el del mar) con personal maestría, y otras apuntalan la caracterización de los personajes con notas que enredan lo físico con lo moral, las apariencias con las significaciones. El apunte realista del habla local y de un espacio tan determinado no resta amplitud a la significación final de la bella alegoría.
Llanura, que se representó en el Teatro Circo del Puerto en 1919 y no fue editada hasta 1950, es propuesta dramática muy distinta a la anterior. La sencillez desnuda del lenguaje acentúa el lirismo vago que envuelve el hilo conductor de la obra: un poema dramático que envuelve en irrealidad el anhelo de la recuperación de una hija ahogada. El tiempo de la acción es muy corto, y el hecho imaginado muy concreto. En ellos, las constantes de Quesada eterno: el sueño, la muerte, el amor, la tristeza… ¿Y la ironía? La distancia irónica del Quesada del teatro en más alambicada, más cervantina: el de la construcción de un mundo de literatura que se propone como lectura personal.