A
principios de este mes se conocía la noticia de que el Director General de Industria Alimentaria del Ministerio de
Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, Fernando Burjaz Moreno, había
comunicado al Cabildo de la Gomera la negativa de Europa a incluir en la
Directiva comunitaria relativa al uso y
comercialización de la miel el producto tradicional de las Islas denominado
miel de palma, que se obtiene de la
savia o guarapo de la palmera
canaria. Según dicha normativa, el término miel
solo se usará para la designación y comercialización de productos elaborados
por las abejas, por lo que la
miel de palma elaborada en La Gomera deberá registrarse mediante otro nombre (sirope, por ejemplo). A partir de
entonces, en los medios de comunicación ha habido diversos pronunciamientos por
parte de representantes políticos de las Islas, que, en general, han venido a
mostrar su rechazo a esta decisión de Bruselas.
La
miel de palma es un producto tradicional de la isla de La Gomera que
caracteriza su gastronomía. A partir del guarapo,
savia de la palmera que se extrae del cogollo de dicha planta, se obtiene,
mediante un lento proceso de cocción, este delicioso manjar, conocido incluso
fuera de nuestras fronteras. Hay documentación escrita que muestra que, al
menos desde el siglo XIX, este alimento era llamado miel, aunque, seguramente, la denominación es mucho más antigua.
Ello es comprensible, dado que esta aplicación supone un uso absolutamente
normal de esta palabra en español. Si consultamos la voz miel en el Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia Española, incluso desde la primera edición del diccionario en 1796, vemos que se registran dos
únicas acepciones: la primera corresponde a la miel que elaboran las abejas. La
segunda, alusiva a la miel vegetal, reza así: “Jarabe saturado obtenido entre
dos cristalizaciones o cocciones sucesivas en la fabricación del azúcar”. Esto
es, se denomina miel tanto a la de
origen animal como a la de origen vegetal. Más aún: la mayoría de las locuciones
denominativas que recoge este diccionario se refieren a la miel elaborada a
partir de la caña de azúcar: miel de
caña, miel de caldera, miel de claros, miel de furos, miel de prima, miel nueva.
La miel de caña se fabrica todavía en
algunas provincias andaluzas, como Málaga. Las famosas sopas de miel de la isla
de La Palma, que se consumen en Carnavales, se elaboran precisamente con este
tipo de miel.
Por
otro lado, fuera de nuestras fronteras, otros alimentos procedentes de la
cocción de savias vegetales reciben también el nombre de miel (se habla de miel de
agave en América Central o de honey
maple ‘miel de arce’ en Norteamérica, aunque, en estos casos, el etiquetado
también incorpora los términos de jarabe
o sirope). Por tanto, la aplicación
del término miel a otros productos de
procedencia vegetal es perfectamente legítima en español y, como hemos visto,
común a otros lugares.
Sin
duda, el propósito de la Comisión europea encargada de la directiva sobre la
miel es evitar estas ambigüedades que las lenguas permiten. Denominar con el
mismo término productos de origen y fabricación diferentes podría confundir al
consumidor, el cual acaso entendiera como paralelas las denominaciones complejas
miel de acacia (la fabricada por las
abejas a partir del polen de la acacia) y miel
de palma (la obtenida mediante la cocción de la savia de la palmera). No
obstante, si la combinación de palabras miel
de palma está consolidada en el uso desde siglos atrás, ello significa que, en
la práctica, tal denominación no es en absoluto equívoca. El conocimiento del
mundo que poseemos los hablantes suple eficazmente estas aparentes limitaciones
de las lenguas naturales. Así, por ejemplo, nadie confundiría el sintagma molino de viento o molino de agua (‘molino propulsado por el viento o por el agua’)
con el sintagma molino de harina o molino de gofio (‘molino para producir
harina o gofio’). Además, la miel de
romero, la miel de acacia, la miel de retama, etc., son elaboradas por las
abejas a partir de las flores de estas plantas, mientras que la miel de caña, la miel de palma y la miel de agave se obtienen a partir de
la savia de estas plantas monocotiledóneas que, por tanto, no tienen flores en
las que liben las abejas.
En
suma, los nombres no son meras etiquetas de las cosas, que pueden cambiarse sin
apenas consecuencias. Las palabras conforman nuestra percepción del mundo y nos
hacen “ver” cosas distintas como iguales. No es lo mismo miel de palma que sirope (o
jarabe) de palma, denominación alternativa que propone, al parecer, la
Comisión encargada de la directiva aludida. Sustituir una por otra, además de
cambiar una tradición de muchos siglos, supone modificar la manera en que el
pueblo canario ha percibido, desde el prisma de la lengua española (no se
olvide que, por ejemplo, en Chile se habla también de miel de palma), este producto vegetal. Asimismo, diversos viajeros
ingleses, franceses y alemanes que han conocido la miel de palma canaria y chilena han traducido literalmente esta
locución a sus lenguas. Es el caso de Carl Bolle (1862), quien informa de la Palmhonig gomera.
Si
el legislador europeo se empeñara en diferenciar estos dos tipos de miel que el
castellano unifica, una posible solución sería incluir en el etiquetado las
características que distinguen ambas mieles, de forma sintética y comprensible:
en un caso, “miel de abeja procedente del polen de la acacia” (del romero, de
la retama…) y, en otro, “miel fabricada a partir de la savia de la palmera”.
Esto permitiría conservar la denominación tradicional de tan preciado producto.