Manuel Verdugo es el poeta de la evasión, de la huida hacia el mundo clásico y la belleza. En muchos de sus textos podemos encontrar una huida desesperada e inconformista del mundo. Busca constantemente un estilo y un imaginario propios, huyendo de etiquetas y de escuelas. En esta evasión del mundo real se aleja también de sentimentalismo y emoción por lo que algunos críticos lo han tildado de poeta frío y sin sentimientos. No se adscribe ni al modernismo ni a la vanguardia; toma un camino personal e indaga en sus propios recursos y no quiere relacionarse con ninguna corriente artística, con ninguna escuela, ni con ningún credo estético. Quizá esta postura drástica y radical a veces lo hizo oscilar y decaer en algunos momentos. En su producción poética las reflexiones religiosas se mezclan con un mundo de mitos clásicos que no plantean otra cosa que la huida de una sociedad repudiada por el poeta. Tal llega a ser la postura de rechazo a toda adscripción artística de Verdugo que muchos versos plantean una huida desesperada de la tierra. Para Manuel Verdugo el mundo de los mitos clásicos es la evasión de una realidad y de unas posturas estéticas que no acepta. La cultura clásica del poeta, que conforma su universo poético, no apunta hacia el Olimpo idealizado ni al esplendor griego o romano, sino que escoge los personajes, los mitos y los pasajes más decadentes de la antigüedad. Los personajes que convierte en materia poética son Nerón, Apolo en un santuario en ruinas, Juliano el Apóstata o una Venus deseada en secreto por una monja en el oscuro claustro, junto a poetas, filósofos o esclavos.
María Rosa Alonso (1955: 158) hace el siguiente apunte de este poeta: “Manuel Verdugo, entre sus compañeros de generación en la provincia, resultaba, conforme versificó Antonio Zerolo, “poeta de gusto depurado, de perfección modelo” y “de robusta estrofa, que ni un descuido afea”. En efecto, de excelente cultura y formación europea, viajero en su juventud, prendado de Italia, admirador de Hugo, Baudelaire y Verlaine, era el menos provinciano de todos y poco o nada sensiblero. Elegante y sobrio en la expresión, de buen oído rítmico, heredó de Bécquer una fina melancolía, que el positivismo irónico de Campoamor y de Bartrina le hizo diluir en pinceladas encubiertas por una impasibilidad de mármol más o menos frío, aprendida con los parnasianos y adobada con precauciones por un condimento modernista”.
Otros estudiosos, como Lázaro Santana, difieren de María Rosa Alonso y consideran que, aunque contradictorio en ocasiones, se puede considerar un poeta único se adelantó a los preceptos estéticos que moldearían la poesía española posterior. En el prólogo de Estelas y otros poemas de la colección Biblioteca Básica Canaria el citado Lázaro Santana (1989: 15) dice: “Los críticos advierten unánimes en la poesía de Verdugo su expresa condición parnasiana y, en consecuencia, anotan la elegancia clásica de su lenguaje, la frialdad conceptual, la carencia de imágenes, etc. Ninguno de ellos ha reparado en la característica que a mí me parece la más importante de la poesía de Verdugo, precisamente aquella que la convierte en algo diferente a la de su tiempo, y que introduce en la poesía canaria una nota peculiar que ni entonces, ni ahora, tiene paralelo en ninguna otra obra producida por escritores insulares: aludo al carácter uranista”.
Pero su escepticismo, su lucha interna, su despiadada autocrítica y la pasional a la vez que elegante visión de la visa llenaron su obra de contradicciones, ocultando, a veces, la valía de sus composiciones que rayan en la perfección formal. Si acudimos a sus obras en prosa y a sus pocas propuestas teatrales también comprobaremos cómo sus palabras están teñidas de intenciones ocultas, de crítica a una sociedad que considera mediocre e inculta, a unas convenciones que encarcelan al ser humano, atreviéndose en uno de sus dramas a tratar el tema del incesto, tan problemático y olvidado por el teatro de la época. Huye de los sentimentalismos, es crítico con el matrimonio, al que considera “tumba del amor” y analiza al ser humano con ironía y sarcasmo. Aunque arremete contra el modernismo, contra la Vanguardia, contra la sociedad, lucha también por ser él mismo, por reconocerse, por expresar lo que siente y por encontrar su propio yo poético, su estilo, sus palabras. Se debate constantemente entre la realidad y la ficción creada por sus sueños. “Mis horas felices, / los mejores ratos, / en los que he vivido, / los pasé soñando…” Vivir la ficción en un mundo cruel es preferible a la realidad. Lo soñado es más real que lo vivido. Verdugo nació en una época difícil, en la que la censura y la autocensura controlaban la creación; más, a pesar de todo, nos dejó una obra original, contradictoria, a veces, y de un interés literario que no siempre ha sido reconocido.