Y dijo el mar: Cúmplase el destino de la lava.
El mar dijo o diría, con su voz de silencios remotos donde la edad del tiempo es espejo líquido y suma de sueños antiguos, con su lento germinar de anémonas, pólipos y sargazos, con su lengua de algas múltiples y espumas cambiantes, desde su memoria cuajada de salitres rancios, de yodos recónditos, de simas y hoyas profundas, desde el rumor de sus ecos siempre recomenzados, siempre recomenzándose en las esponjas de la arena, dijo o diría el mar que fuese la lava sobre las aguas.
Eso dijo o diría.
En el obstinado vienivá de flujos y reflejos y su respiración encadenada.
En los cristales minúsculos en los que el sol se multiplica y resplandece propagándose sin que los abarque la mirada.
En los rayos de plata de las escamas.
En los caparazones de fuego de los cangrejos y en los tentáculos de los pulpos enrocándose sinuosos.
En las praderas acuáticas del sebadal.
En las estelas que se desvanecen antes de que la mano se ahogue en el vacío.
En los ojos desesperados de los náufragos que habitan las sombras de la sombra de la nada submarina.
Así: intangible, primitivo, inapresable, arcaico. Siendo solo mar el mar.
Así dijo o diría.
Para que se consumara su designio.
Para que hirviera el magma y de fuego se estremecieran las profundidades en un prodigioso nacimiento mineral.
Para desnortar rumbos confundiendo cartas de navegación, sextantes, astrolabios y atacires con el incendio de piedra que suplanta la línea conocida del horizonte.
Para que brújulas y calamitas inauguraran recaladas imprevistas en el derrotar bamboleante de las quillas, en el tesón antiguo de las proas soñolientas.
Absoluto de sí, eso dijo o diría el mar.
Que se cumpla la lava en su destino. Que emerja. Que irrumpa.
Que brote y permanezca