Graciliano Afonso

De El beso de Abibina

EL CANARIO

En su prisión dorada
un canario bellísimo
repetía dulcísimo,
su cantinela amada,
y Abibina agraciada,
blanda, tierna, amorosa
encuentra sus delicias,
prodigando sus caricias
al ave venturosa.
Un día, que gozosa
lleva dulce alimento,
y el agua cristalina,
que a su cantor destina
con divinal contento,
le ve, ¡cruel tormento!,
triste y encapotado,
bajo el ala sumida
la cabeza pulida
y el cuerpo espeluzado.
¡Qué te aflige, cuitado!
¡Mi amor, di, qué te aqueja!
La portezuela abriendo,
blandamente le asiendo,
de la prisión le aleja:
ya, una esencia no deja,
que sobre él no salpica;
ya, en su seno, le anida
ya llorosa, perdida,
tiernos besos le aplica;
pero el mal se duplica
en el instante mismo;
cabeza y pies tendiendo
y las alas batiendo
con triste parasismo.
Al ver tal fatalismo,
pálida, sollozando,
contempla los despojos,
que baña de sus ojos
el llanto derramado
y el canario saltando,
cual mágico portento,
el vuelo alza ligero
y canta vocinglero,
con aquel dulce acento
de celestial contento,
donde libertad mora:
soy libre, y quiero muerte,
antes que esclava suerte
que entre sus grillos dora
falsa amistad traidora.
Tente, canario insano,
(mi grito hinchó la esfera)
que tu libertad fiera
es un delirio vano;
que el yugo soberano
si tú de amor probaras;
sus grillos y cadenas,
sus dolores y penas,
por libertad trocaras;
que en sus separadas aras
el sabio libre jura
que su patria y su ella
son luminosa estrella,
do guía su ventura
la libertad segura.

Mas él vuela atrevido;
que el beso de Abibina,
y el de patria y Ciprina,
desdeña endurecido,
el libre de partido.

 

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